Reflexiones universitarias | Los hábitos necesarios para el paí­s (III)

Fernando Vizcaya  Carrillo.- 

La vida social clama la consecución de hábitos de comportamiento.

En los artí­culos anteriores, reflexionábamos en lo necesario de adquirir hábitos buenos para vivir. Eso se aprende. No es innato en el ser humano. Y ese aprendizaje profundo viene del amor que se vive en la casa. Allí­ aprendemos a comportarnos y diferenciábamos los comportamientos buenos de los malos..

Reflexionábamos sobre la democracia, pero no nos preguntamos, como hací­a Aristóteles (Polí­tica), que si el comportamiento democrático es el que le gusta a los demócratas o el que preserva a la democracia. Formularnos esa pregunta –necesaria- , harí­a cambiar conductas, porque no se mueve esa conducta en los gustos o apetitos, sino en el actuar correcto.

El deseo que tenemos de felicidad siempre es privado, pero necesariamente lo debemos compartir. Aunque seamos unos eremitas, o gente que vive en el desierto solo y aislado, ha compartido un lenguaje una manera de ver las cosas y de pensar  de no hacerlo, una manera de querer u odiar, que ha sido aprendido antes. Incluso, hay pensadores que dicen que tenemos una genética “que obliga”, cosa con la que o estoy totalmente de acuerdo, porque si influye la carga genética, pero no te esclaviza, no te determina.

Por eso, la calidad de nuestra vida depende de la calidad de las relaciones que consigamos establecer, y trenzarlo armónicamente, es el arte que debemos aprender.

Es la vida social, que clama a gritos la consecución de hábitos de comportamiento, como decí­amos en el primer párrafo. Y no hay cosa mejor que aceptar los errores que hemos cometido, sino, no hay manera de evitarlos. Ese es el primer hábito para la convivencia sana, la sinceridad personal. Aceptar cuando nos equivocamos y esto no sólo ante los demás sino con nosotros mismos. Hay demasiados problemas, demasiadas guerras y desacuerdos.

Agresividad familiar y conyugal. Violencia en las calles de una misma ciudad, con el mismo idioma, con la misma cultura, en las mismas calles, hasta llegar en muchos casos –demasiados- en guerras civiles. Violencia entre padres e hijos que como escribí­a una filósofo contemporánea: “…nuestros padres no nos entienden porque pertenecen a otra degeneración…”.

La continuidad de esos desafueros, de esa infelicidad que pareciera ser una constante en todos nuestros tiempos se debe, en su causa más profunda, a la falta de una actitud (entiendo esto como la suma de hábitos que conforman un carácter), es decir, falta de hábitos operativos buenos.

Esto nos lleva necesariamente a un problema de educación, y de educación para la convivencia. Algo tan complejo como esto debe tratarse de manera seria y estudiosa. Particularmente creo que no se han tomado totalmente en serio esto, por unas razones sencillas: la educación corresponde a los padres de una familia, porque es lo más profundo del ser lo que se cambia allí­. La enseñanza es de una institución como la escuela. Si logramos acuerdos adecuados entre ambos ámbitos se logrará un avance significativo para eliminar todos estos puntos de sufrimiento que nos ha llevado a esa falta de actitud hacia el otro.

Podemos incluso confundir esta educación como una manera de conseguirlo a través de la democracia, creyendo falsamente que el sólo nombre de un sistema polí­tico cambia las cosas, mientras se permite –en ese sistema- la disolución fácil de los matrimonios, o se permiten las uniones no naturales. Hay una falta de claridad en los fines y en los principios de acción educativa.

Se construyen asociaciones para la paz o para mejorar la convivencia, y se hacen sólo desde lo emocional, incluso dirí­a desde lo sentimental. Hablamos mucho de la empatí­a, de la tolerancia, de la compasión, de la seguridad, el respeto al otro. Pero, es más profundo el problema o más complejo dirí­a. Abarca el ser en su totalidad y no sólo un aspecto. No es que no se hayan construido proyectos positivos, es que son incompletos.

Conocerse, era la primera acción que nos recomendaba el Oráculo de Delfos y aún no lo logramos.

*Fernando Vizcaya Carrillo ([email protected]) es decano de la Facultad de Ciencias de la Educación de la Universidad Monteávila.

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