Historia y libertad | Preparar la Navidad

Carlos Balladares Castillo-

Mañana es el primer domingo de Adviento. Foto: Felipe González.

La Navidad es el centro y fundamento de las fiestas decembrinas, a pesar de su rápida secularización o adaptación a un espí­ritu sincrético. Y la Navidad es el nacimiento del Hijo de Dios encarnado en la Virgen Marí­a, que crecerá en una familia (San José como su padre adoptivo), y al ser adulto pasará por el mundo haciendo el bien y salvándonos por medio del sacrificio en la cruz.

La celebramos en diciembre porque los primeros cristianos se romanizaron y a su vez cristianizaron a los romanos, valorando de esa manera la fiesta del cumpleaños y transformaron una efeméride pagana: el nacimiento del dios-sol (solsticio de invierno), en motivo de alegrí­a por la llegada de la verdadera luz de esperanza que es Jesucristo. La trascendencia de este hecho nos hace ver desde otra perspectiva la terrible y grave situación que padecemos los venezolanos.

El cristiano no es ciego a la realidad y mucho menos al sufrimiento de sus semejantes. Nunca antes habí­amos vivido en Venezuela un deterioro tan rápido de los derechos de las mayorí­as, en especial los relativos a la alimentación, la seguridad y las libertades.

El chavismo-madurismo nos ha impuesto la peor de las dictaduras: aquella que combina la opresión con el hambre y la muerte. Es por ello que la Conferencia Episcopal no ha dejado de denunciar este horror y la Iglesia como un todo ha intentado dar una mano de ayuda a los más débiles. Y en medio de esta tragedia se nos suma la frustración de no contar con un liderazgo polí­tico unido y claro en sus metas y métodos de lucha.

Como cristianos estamos llamados a no ser indiferentes, a participar activamente para cambiar lo que está mal. La polí­tica no es pecado, al contrario, la Doctrina Social de la Iglesia y el Evangelio mismo nos recuerdan nuestra responsabilidad en la construcción del bien común. ¿Y qué tiene que ver todo esto con la Navidad?

La respuesta está en que a nuestra realidad debemos llevar la fe, la esperanza y la caridad que encierran el nacimiento y la vida de Jesucristo. Estamos obligados a impregnar cada sufrimiento de las virtudes teologales, de manera que podamos darle sentido y lograr su transformación en resurrección.

No podemos decir: “no hay nada que celebrar” aunque ciertamente no tengamos mucho con qué celebrar. Será necesario seguir el ejemplo de Marí­a y José en el pesebre, y seguramente aparecerán algunos “reyes magos” que nos ayuden a “multiplicar los panes”.

Encontremos en cada adorno, en cada canción, en cada buen deseo, y en alguna comida especial (aunque sea escasa) la preparación de la llegada del amor absoluto. Si logramos centrar nuestra atención en el significado de estas fiestas y no tanto en la logí­stica de las mismas, seguramente nuestro espí­ritu se verá revitalizado.

Así­ como muchos no dejan para el último dí­a – ¡y menos en medio de la hiperinflación y la escasez! – la compra de regalos y alguna comida para Navidad, no dejemos nosotros tampoco el preparar nuestra alma para ese momento.

Los cristiano católicos tenemos en el calendario litúrgico un tiempo para ello: el Adviento, y precisamente este domingo es el primero de los cuatro que le dedicamos a esta importante tarea. Son muchos los que consideramos el mes de diciembre como el mejor de todo el año: nos traslada a nuestra niñez llena de detalles alegres. Y cuando ya somos adultos nos ofrece la esperanza y el consuelo de tener la certeza que nos reencontramos con Dios-niño.

Que como buen niño todo en Él es ese perdón que es olvido y ese amor que es ternura. Junto a Él todo problema es superable, y sabemos que las próximas Navidades nos comeremos las hallacas en libertad y prosperidad.

*Carlos Balladares Castillo es profesor de la Universidad Monteí vila.

*Felipe González es Director de la Escuela de Comunicación Social de la Universidad Monteávila.

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