Arturo J. Jáuregui Beyloune.-
La Academia es una institución que se remonta a la antigí¼edad clásica, específicamente a la Grecia del siglo IV a. C. Como es de esperarse, el origen de la palabra academia proviene del griego, con su respectiva carga mitológica. Etimológicamente la palabra proviene de akademos, la cual se disgrega en aka y demos: ésta significa pueblo, aquélla tiene dos acepciones: lejos de y lote de terreno.
Es necesario fiarnos un tanto de la mitología para comprender mejor el origen. Academos realizó un acto heroico que motivó que se le diera como recompensa unos jardines a las afueras de Atenas. De aquí una conjetura acerca de que akademos significa, independiente de la ciudad, lejos de ella. Esos jardines se conocerían luego como los de Academos, lugar en el que Platón estableció su Academia en el siglo IV a. C. Platón nunca comentó sobre el origen de la palabra academia, lo que nos guía en cuanto al origen son unas obras de Plutarco.
Ahora en la Edad Moderna podemos familiarizarnos mejor con el concepto de academia, el cual da lugar a diferenciar la Academia de la Universidad. La Academia es una institución que esencialmente reúne a una serie de conocedores de un ámbito específico para que investiguen más sobre éste y luego lo divulguen; en lo que respecta a la Universidad, si bien su objeto se une un poco con el de la Academia en lo que a difusión se refiere, le esencia de aquella es la instrucción y formación de personas en un ámbito determinado.
Habiendo dicho eso, es deseable detenerse en lo referente a la Academia en Venezuela. Desde finales del siglo XIX ha habido tratativas de generar una institución de ese tipo, de hecho, varios de los intentos iniciaron como sociedades o colegios que evolucionaron a academias, siendo la primera de ellas la Academia Nacional de la Lengua, fundada en abril de 1883 por decreto del presidente Guzmán Blanco; seguida por la Academia Nacional de la Historia en 1888, también por decreto pero del presidente Juan Pablo Rojas Paúl. Ya en el siglo XX se fundaron la Academia Nacional de Medicina en 1904; la de Ciencias Políticas y Sociales, en 1915; y la de Ciencias Físicas, Matemáticas y Naturales, en 1917, todas por ley del Congreso. La colaboración de los políticos fue clave para lograr la creación de las academias.
El proyecto de Ley de la Academia Nacional de Medicina lo redactó Luis Razetti, quien ya había intentado en varias ocasiones fundar una institución que albergase a los médicos de la nación.
A lo largo de los últimos años cada academia ha elaborado sus propios estatutos y las leyes que las crearon han sido modificadas a sus necesidades pertinentes. Las academias se han mantenido sesionando todas las semanas, del mismo modo han seguido editando distintos materiales bibliográficos.
El último aspecto a tratar en este artículo es la vigencia de la Academia como institución en la sociedad contemporánea de Occidente. Es bien sabido que en las distintas sociedades de la historia, si se quiere, el mundo intelectual, en consecuencia, el de la Academia, ha sido una élite: quizá el estudio de lo que somos y de lo que hemos hecho se ha mantenido lejos de donde la mayoría invierte sus energías.
La Academia ha tenido distintos detractores en su trayectoria: los grupos políticos, cuando se ven atacados por ella; la sociedad civil, en el momento en el que considera que la Academia se ha vuelto retrograda. Un elemento de gran influencia desde la segunda mitad del siglo XX ha sido una corriente filosófica que evoca la libertad del hombre como justificación infalible e irrevocable de cualquier comportamiento. Me refiero al liberalismo moral.
No resulta una idea novedosa considerar que en estos tiempos se vive con un exceso de libertad, o, si se quiere, con una libertad sin parámetros de ningún tipo, ni legales ni morales. De suyo, todo proceso de análisis conlleva un proceso de abstracción que permite lograr la objetividad deseada tras una investigación. Basados sobre esto muchos afirman que cuando se estudia a la sociedad y sus componentes quizá se infrinja en un nivel de abstracción que no permite percibir la esencia de lo que se estudia, con lo cual el resultado de un determinado proyecto no sería verdaderamente plasmado.
Ocurre que el hecho de que la Academia sea una élite ha dado cabida a que se crea que esta no toma en cuenta los factores esenciales que han de ser considerados, de modo que su evaluación carecería de fundamento. ¿Será, entonces, que, verdaderamente, la Academia está muy lejos de la ciudad? ¿O es que es necesario que se aparte la justa medida para poder comprender a ésta en plenitud?
Aunque no hay certeza para afirmar con vehemencia cual es la opción a tomar, de algo si se puede estar seguros: la Academia en tanto en cuanto una institución ha permanecido más de dos milenios como elemento de gran importancia en la ciudad. Naturalmente ha evolucionado, pero esencialmente se ha mantenido firme en su fin de estudiar y divulgar lo estudiado sin incurrir en justificaciones por parte de los medios para el fin.
* Arturo J. Jáuregui Beyloune es estudiante de Derecho de la UMA.