Jeslin Valbuena Issa.-
Salen de sus casas sin que el sol lo sepa. Llegan muy temprano, cuando nadie los ve. Se cambian la ropa y así sueltan sus problemas no más que por ocho horas. Empiezan su jornada silenciosa.
Las personas caminan por los pasillos, ensimismados en los afanes del día a día. Algunos lo notan, otros sonríen, algunos dan los buenos días. No se dan cuenta que las hojas secas que caen de los árboles ya no están en su camino. No visualizan que la pintura que estaba manchada y sucia ahora brilla y cubre la pared como si fuese nueva. No ven que las flores, los arbustos y la grama resplandecen recién regadas. Los pasillos, los salones, los pupitres, todos limpios, como si nunca nadie hubiese lanzado un papel al piso. Hay en todo esto, que parece ser siempre así y sin más, un gran esfuerzo de héroes cotidianos. Héroes silenciosos.

Fernando García es uno de los trabajadores más antiguos de la Universidad Monteávila. Treinta años de su vida los ha pasado trabajando en servicios generales, de los cuales dieciséis años ha trabajado en la universidad.
“Esto era puro monte – dice refiriéndose a cómo era la universidad cuando él llegó – no había jardines, se ha ido remodelando, se han hecho aulas, pisos”. Cuando se le pregunta qué significa la UMA para él, indica casi sin pensarlo: “esta es mi segunda casa”.
Disciplina, respeto, constancia, son los valores que dice haber aprendido trabajando en la universidad. Carmen Delgado junto a Ricardo Vázquez son los encargados de coordinar a los trabajadores de la universidad. Al referirse a ellos, el señor Fernando afirma que Carmencita (como la llaman por cariño) es una madre para él, mientras que el señor Ricardo es su jefe y amigo, con mucho respeto – agrega con una sonrisa-.

Otro héroe de lo cotidiano es Douglas Cordero, quien luego de trabajar en el valet parking de la sede del periódico El Nacional, de donde se tuvo que ir por recorte de personal, llegó a la UMA por recomendación de alguien que le conocía de su antiguo trabajo. “En El Nacional todos éramos como familia –comenta con voz tímida- no pensé que iba a conseguir otro trabajo donde me trataran tan bien, pero cuando llegué aquí me di cuenta que era casi lo mismo. Aquí uno se siente como en su casa”, relata.
Recuerda que cuando le hicieron la entrevista de trabajo en la universidad le preguntaron qué sabía hacer mejor. “Yo les dije que yo no sabía hacer nada” – dice riendo –. Es mejor decir que uno no sabe y que después se vayan dando cuenta poco a poco de los talentos de uno, que decir que uno es bueno en algo y después hacerlo mal”.
Al hablar sobre Carmencita el señor Douglas suelta una sonrisa y, con los ojos aguados y tras un corto silencio, no duda en afirmar que a “ella me la mandó Dios. Es como una madre para mí. Me ayuda, se preocupa, me aconseja, ella sabe lo que la gente necesita sin que uno se lo diga”.
Así, como la gran mayoría de los venezolanos, estos dos hombres trabajadores se enfrentan día a día a la escasez, la inseguridad y todos los problemas que hoy atravesamos. Sin embargo, se levantan muy temprano, salen a la calle y van hacia delante. Estos son los héroes de lo cotidiano, los que hacen su trabajo bien hecho y sin ser notados, los que con humildad enfrentan la vida y llevan a cuestas sus problemas con una sonrisa.
* Jeslin Valbuena Issa.es estudiante de Comunicación Social de la UMA.
Gracias Jeslin!
Siempre he pensado que las organizaciones se hacen con las personas, el reconocer el esfuerzo y sentido de pertenencia, debe ser parte del liderazgo y de la dirección, todos somos importantes y necesarios para que las cosas funcionen.
Un abrazo,