El Imperio del Sol Naciente (I)

Carlos Balladares.-

En la pelí­cula The Martian (Ridley Scott, 2015) se nos muestra un futuro no muy lejano en que la NASA enví­a una misión tripulada al planeta Marte, pero ocurre un accidente y la agencia espacial china (CNSA) debe apoyar el rescate. Dicha historia de ciencia ficción está basada en varios hechos ciertos, siendo el principal el rápido avance de China en la carrera al espacio desde que en 1999 lanzó su primer cohete (y también su capacidad de apoyo al cine de Hollywood, por supuesto).

Nadie podrí­a imaginar en la década de los treinta que el paí­s más poblado del mundo, pero que estaba en una guerra civil y era ocupado por potencias extranjeras, lograrí­a en el año 2021 iniciar su propia estación espacial. Y mucho menos lo imaginarí­a cuando en 1937 fue invadido por el que era el poder indiscutible de Asia: el Imperio del Japón.

A continuación comenzamos una serie de artí­culos sobre la Segunda Guerra Mundial (SGM) en torno al Pací­fico (y buena parte del continente asiático), empezando por la fascinante historia del vertiginoso ascenso nipón y la resistencia China en medio de terribles sufrimientos.

En el proyecto de revisión de la SGM que iniciamos hace dos años, mantuvimos la visión dominante en la historiografí­a: la eurocéntrica. Es la razón por la cual su primera entrega fue el 01 de septiembre del 2019 cuando se cumplió el 80 aniversario de la invasión a Polonia, pero lo correcto debió ser conmemorar el 7 de julio de 1937 con el famoso “Incidente del Puente de Marco Polo” (Beijing, China) que dio inicio a la Segunda Guerra Sino-Japonesa.

Esta perspectiva es usada en parte y propuesta por varios historiadores, entre ellos Anthony Beevor y Richard Overy. El primero en su libro La Segunda Guerra Mundial (2002) donde dedica su capí­tulo 1 a analizar el conflicto entre la Unión Soviética y el Japón para 1939 y después el “4. El Dragón y el Sol Naciente (1937-1940)” a la ocupación japonesa de China, y de cómo ambos enfrentamientos están í­ntimamente vinculados a la SGM.

Overy acaba de publicar (2021) un gran texto de mil páginas: Blood and Ruins. The Great Imperial War 1931-1945, en el cual señala que fue una guerra imperial y por tanto: “La cronologí­a convencional de la guerra ya no es útil. Los combates comenzaron a principios de la década de 1930 en China y terminaron en China, el Sudeste Asiático, Europa del Este y Oriente Medio sólo en la década posterior a 1945”.

Los antecedentes de la SGM en el Pací­fico y Asia son similares a los de Europa: una potencia industrial y expansionista que llega tarde al reparto colonial. En Europa fue Alemania y en Asia fue el Japón, pero la historia de la última resulta mucho más fascinante por lo rápido de su avance tecnológico y por tener que asumir caracterí­sticas occidentales manteniendo buena parte de sus tradiciones, en especial la de su cultura guerrera y de sacrificio personal por el Emperador (por la Patria) conocida como el Bushido (“el camino del guerrero” que va más allá de un código).

La expansión imperial, después de la industrialización de su sociedad y la organización de una gran armada junto a su Ejército, desde la Restauración Meiji (1868); fue asumido como un destino casi divino e incluso llegó a verse como el liberador del dominio europeo y del hombre blanco del Oriente. Pero en una clara contradicción se enfrentó a China en la Primera Guerra Sino-Japonesa (1894-95) venciéndola y obteniendo el control de Corea y Formosa (actual Taiwan) entre otros territorios.

Rusia que también tení­a interés en la región, en especial Port Arthur, obligó al Japón con apoyo de Francia y Alemania a retirarse de dicho puerto. Esta humillación se la cobrarí­an los nipones diez años después en la Guerra Ruso-Japonesa (1904-1905), en la cual se convertirí­an en la principal flota del Pací­fico y la primera potencia no caucásica (origen de la frase racista: “el peligro amarillo”).

A pesar del racismo europeo y estadounidense en contra de los japoneses, estos necesitaron su ayuda en la Primera Guerra Mundial para que lucharan contra los alemanes en el Pací­fico y China, pero también contra los bolcheviques. Hecho que facilitarí­a una mayor expansión económica (las exportaciones se multiplicaron por cuatro y comenzó a invertir en el exterior), militar (su Armada se convertirí­a en 1921 en la tercera del mundo, después del Reino Unido y Estados Unidos) y territorial (control de la Micronesia alemana y posesiones germanas de China).

El problema es que su carencia de petróleo y metales entre otros recursos, limitaban su crecimiento y sobre todo el militar.  Y cómo la Marina y el Ejército se terminaron imponiendo polí­ticamente en el Japón y estableciendo una sociedad militarista, las tendencias a la guerra imperial se fortalecieron aún más. La causa inmediata de la misma serí­a la crisis económica mundial que frenó su comercio. Primero se invadió Manchuria en 1931 y después China en 1937, donde pensaban se conseguirí­an todos los recursos necesarios para su industria, sus Fuerzas Armadas y su población incapaz de alimentarse con lo que producí­a su agricultura. 

Los japoneses pensaron que una China dividida por la guerra civil entre comunistas y nacionalistas, pero también los llamados “señores de la guerra” y los intereses europeos; serí­a fácilmente vencida por el moderno y siempre victorioso Ejército Imperial

¿Acaso la historia no habí­a demostrado como el Imperio británico dominó a un paí­s superpoblado (la India)? ¿No podí­an ellos hacer lo mismo y sobre todo porque eran asiáticos? La realidad es que China serí­a lo que para el Tercer Reich fue Rusia: un enemigo que no dejaba de sufrir derrotas (perdiendo armas, territorios y gran cantidad de soldados) pero que nunca era vencido.

Cada victoria era lograda a un costo altí­simo y los chinos siempre tení­an un territorio a donde escapar y nuevos reclutas para enfrentar a los japoneses. La reacción fue de una violencia desmedida contra los chinos, con terribles masacres que en nuestra siguiente entrega contaremos siguiendo su perspectiva cinematográfica.

Por otro lado, Estados Unidos, la Unión Soviética y el Reino Unido no dejaban de abastecer de armas a los chinos; y poner obstáculos económicos al Imperio del Sol Naciente. Dicha tensión serí­a imposible de mantener por mucho tiempo. ¿Japón se preguntaba entonces cómo ganar una guerra con tales potencias? ¿Cómo y a quién debí­a intentar atacar y vencer en una batalla definitiva? ¿A la Unión Soviética o a Estados Unidos? El análisis de este dilema lo ofreceremos la semana que viene.

*Carlos Balladares es profesor de la Universidad Monteávila

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