Cibeles: Madre de los dioses

Emilio Spósito Contreras.-

La yuxtaposición de los primitivos modelos del cazador y el agricultor, de los que hablamos en otra oportunidad se evidencia en la fascinante figura de la diosa frigia Cibeles, ya adorada por los hititas como Arinna, ambas representadas sobre leones y seguidas por su hijo, Atis o Telipinu, deidad de la agricultura.

Esta preeminencia de la madre tierra –cuyo origen se pierde en el Paleolí­tico– sobre la dicotomí­a de la caza y su contradicción con la agricultura, explicarí­a su representación como patrona oficial del fragmentado imperio hitita, diosa unificadora, cohesionadora, protectora de la familia real contra la disgregación y la disolución, siempre amenazante. Pero el presentimiento del peligro y su conjuro no siempre impidió la catástrofe, sobre todo cuando este vení­a del exterior.

Así­, los hititas fueron destruidos por los obscuros Pueblos del Mar, y los frigios lo fueron por los macedonios liderados por Alejandro Magno (356-323 a. C.). Ello, sin embargo, no impidió que los romanos asediados por Aní­bal Barca (247-183 a. C.) durante la Segunda Guerra Púnica (218-201 a. C.), mediante la interpretación de los Libros sibilinos a través del oráculo de Delfos, determinaran la necesidad de la introducción –esta vez exitosa– del culto a Cibeles, identificada como Rea o Magna Mater, trayendo desde Pesinunte –región de Troya– hasta el Palatino, un meteorito que la simbolizaba, llamado la “Piedra Negra” (vid. Tito Livio, 59-17 d. C., Historia de Roma desde su fundación XXIX, 10-14).

Debe resaltarse el carácter puro, casto –al punto de emasculado–, de Atis, quien a pesar de las degradaciones, pareciera alejar a sus acólitos del desorden

La representación de la fertilidad femenina, la maternidad: una mujer en el proceso de alumbramiento, ya aparece en los lejanos relieves menores de Gobekli Tepe: los partos son fundamentales tanto para el cazador como para el criador, pero por asimilación del parto con la fructificación, también del recolector y del agricultor. De allí­ que la madre de la tierra, las abejas y las bestias salvajes permitiera reunir a su pareja de fieros leones –la cazadora Atalanta y su astuto esposo Hipómenes, según lo relata Ovidio (43-17 d. C.) en Metamorfosis X–, junto a la divinidad de la agricultura, de la cual era amantí­sima madre-virgen.

En este sentido, debe resaltarse el carácter puro, casto –al punto de emasculado–, de Atis, quien a pesar de las degradaciones, pareciera alejar a sus acólitos del desorden, de la concupiscencia propia de los animales en general y de los humanos “salvajes”, en particular.

El culto romano y la diáspora frigia por todo el imperio, extendieron la veneración a Cibeles por el mundo antiguo. Recibida en Italia por el vir optimus Publio Cornelio Escipión Nasica (227-171 a. C.) y la injustamente difamada Claudia Quinta, su betilo, descrito como una pequeña y afilada piedra engastada en plata (vid. Herodiano, circa siglo II, Historia del Imperio Romano desde la muerte de Marco Aurelio, I, 11), fue hospedado primero en el templo de la Victoria, hasta que se le construyó uno particular en 191 a. C. Fueron especialmente creyentes de Cibeles los emperadores Domiciano (51-96), Trajano (53-117), Adriano (76- 138), Antonino Pí­o (86-161), Cómodo (161-192), Heliogábalo (203-222) –quien habrí­a ejercido de archigallo de la diosa y abusado de su posición para robar la piedra (vid. Historia Augusta, Heliogábalo 7)– y Diocleciano (244-311). Actualmente, la Piedra Negra de Pesinunte se encuentra perdida.

Podemos identificar a Cibeles con la noción de feminidad, integradora, pacificadora, de las contradicciones de la sociedad, que subrayando el complemento femenino

A propósito de los emperadores Trajano y Adriano, se sabe de la enorme difusión del culto a Cibeles en su tierra de origen, Hispania. Como lo refiere Pilar González Serrano (1935), de la Universidad Complutense de Madrid, en La Cibeles, nuestra Señora de Madrid (Ayuntamiento de Madrid. Madrid, 1990, 254 pp.), a pesar del extraví­o y el olvido, simbolismos como el representado por Cibeles perduran en el imaginario, asegurando que no debieron ser muy diferentes las antiguas festividades en honor de la buena diosa y las actuales procesiones de la Virgen Marí­a durante la Semana Santa.

Al respecto, puede referirse otro ejemplo: la Alegorí­a de la Castidad (1479-1480) de Hans Memling (circa 1423-1494), iconográficamente coincidente con Cibeles. En Madrid, la céntrica fuente de la diosa, erigida a finales del siglo XVIII, es un importante referente urbano.

A partir del pensamiento de José Ortega y Gasset (1883-1955), en Estudios sobre el amor (Salvat. Barcelona 1971, 150 pp.) y sobre todo de Rosa Chacel (1898-1994), en Saturnal (Seix Barral. Barcelona 1991, 286 pp.), podemos identificar a Cibeles con la noción de feminidad, integradora, pacificadora, de las contradicciones de la sociedad, que subrayando el complemento femenino, al mismo tiempo evidencia lo masculino y su ausencia, apuntando al complejo fenómeno de la generación, de la creación en toda su extensión.

En el Derecho, conocer y profundizar sobre el mito de Cibeles puede ser útil en el estudio de instituciones como el Estado, la familia, el matrimonio –o la falta de éste– y las sucesiones.

*Emilio Spósito Contreras es profesor de la Universidad Monteávila

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