Sí­, a la vida

Alicia Alamo Bartolomé-

Todos estamos cansados de pandemia, de cuarentena que se está convirtiendo en siemprentena. Todos, de Norte a Sur, de Este a Oeste del planeta. Por eso es tan tonto quejarse en solitario, como si fuéramos los únicos en sufrir las calamidades de esta época. Dicen que mal de muchos consuelo de tontos, pues sí­, sí­rvanos el dicho, la tonterí­a es mundial. El quejido personal no alivia a nadie, ni al quejumbroso y lo que hace es fastidiar y enervar a los demás.

El único quejido bueno es el del cante jondo. Hay gente que se queja, sobre todo los viejos, para llamar la atención y compasión de los demás. Eso hoy no funciona porque el drama pandémico es universal, la queja también y entonces ya nadie le hace acaso a nadie.

El mejor consejo para cada uno de nosotros en esta hora, es la alegrí­a personal y contagiosa, ¿Y por qué estamos alegres? No sé, cada quien tendrá motivos para sonreí­r, yo tengo los mí­os y como no puedo achacar algunos a los demás, cuento éstos a manera de ejemplo y tal vez de contagio.

Estoy alegre, en primer lugar, porque soy hija de Dios y al despertar todos los dí­as le doy gracias porque amanecí­ y estoy viva, lista para iniciar una jornada por su gloria y alabanza. Estoy feliz porque al levantarme, con todos mis dolores e impedimentos corporales, aún sigo lúcida y si no puedo hacer ningún esfuerzo fí­sico, todaví­a tengo mucha potencia intelectual.

Me regocijo porque ni puedo ni quiero salir hacia otro lugar, lo que significa no tener que arreglarme para ir al trabajo, a una diligencia o algún compromiso, ¡estarme en casa, con ropa y calzado cómodos! ¿No es una gloria?

¡Bendita cuarentena que sin querer queriendo me obliga a gozar de los placeres hogareños! Porque los hay: además de cumplir los deberes personales y domésticos sin prisa, queda tiempo para mirar apaciblemente el paisaje, cielo, nubes, árboles, pájaros y tantos pequeños detalles de la naturaleza o de las construcciones que nos rodean.

No habí­amos reparado en ellos antes por el afán y prisas para cumplir las actividades que tení­amos fuera de casa. Ya no, estamos en pausa, en un compás de espera, gocemos esta lentitud de vida mientras dure, ese tener tiempo para leer, escribir, ver televisión, oí­r música, hacer trabajos manuales, seguir tendencias artí­sticas, es decir, hacer de lo que era afición o hobby, trabajo creativo.

Hombres y mujeres hemos tenido alguna vez el deseo de intentar algo distinto a nuestro trabajo profesional. Si éste es intelectual, pues escaparnos para hacer obra artí­stica o artesanal. Si lo nuestro de cada dí­a es un oficio manual, la huida furtiva serí­a hacia un giro intelectual: la poesí­a, la narrativa, la autobiografí­a. Incluso, estas variadas actividades sirven  a ambos bandos, porque un médico, un ingeniero, podrí­a distraerse escribiendo poemas, cuentos, novelas o memorias personales; y un artesano u obrero buscar mejorí­a o variantes en su propia habilidad manual y avanzar en ésta hacia etapas más acabadas y finas.

Lo importante es que todos podemos enriquecernos en este paro obligado y no de aburrimiento, desaliento y quejas. Este paquete negativo hay que ponerlo de lado y mirar al horizonte a donde se dirigen todos los caminos. Atesoremos lo que la ocasión nos da: tiempo libre, inactividad, aislamiento de nuestras amistades y seres queridos. En ese no, debemos y podemos encontrar un sí­ a la vida, al abrir nuestros cinco sentidos a la realidad que nos rodea.

En la cultura de la muerte -según expresión de san Juan Pablo II- donde estamos inmersos, a quienes palpitamos con la humanidad, nos toca defender la vida. No estar sordos ni callados  ante el llanto silencioso de 60 millones de niños que anualmente son asesinados en el vientre materno, los que mueren de hambre en un continente mientras en otro se botan alimentos, el comercio sexual con jóvenes y niños, la ambiciosa explotación de los recursos de nuestra casa común, como dice Francisco.

En nuestro retiro pandémico, tenemos mucho que decir, escribir y orar por un rotundo y efectivo sí­ a la vida.

*Alicia Alamo de Bartolomé es decana fundadora de la Universidad Monteávila

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