¿Cómo producir mejores resultados en la Enseñanza?

Fernando Vizcaya Carrillo.-

Las antiguas —y actuales— preguntas sobre si se puede educar al ser humano o no se puede hacer; si la educación es un arte o una ciencia; si el adoctrinamiento es conveniente o no; si la disciplina en el aula es una de las formas más educadoras o si es por el contrario es la libertad; si la educación debe ser emancipadora o mantenedora de un sistema ideológico o gubernamental; si vale la pena educar para nuestro ambiente; si el tiempo es suficiente para que el hombre pueda ser realmente educado o, si hay que hacer un mayor esfuerzo en algún aspecto, son algunos de los muchos aspectos que se circunscriben al espacio de reflexión sobre las ideas en el campo educativo.

Comenta (Moore 2002).: “…el teórico de la educación sugiere que educar a un hombre implica enseñarle matemática, ciencia, historia y otras disciplinas tradicionales. El filósofo pregunta ¿por qué esas asignaturas? ¿por qué esos conocimientos? (p. 42)

El desarrollo o la actualización de las capacidades del niño resi­de sobre todo en el ejercicio de facultades como la memoria, la razón, la voluntad, la imaginación u otras del mismo género. Además, con el uso de afectos equilibrados, se suponí­a que la potencia desarrollada por esas facultades, podí­a fácil­mente transferirse de una actividad a otra. Aún más, si la materia del programa se hací­a más difí­cil, el poder desarrollado se hací­a más considerable.

Engendrar dicho poder en contra del interés y de la inclinación natural, suponí­a una disciplina mental, así­ como cierta disciplina moral. Por consiguiente, las materias del programa se deben elegir con y ordenar en función de su valor disciplinario, más que en vista de su relación con las preocupaciones prácticas de la vida. Buscando más formar la integralidad de la persona que sólo su razón teórica.

En tales circunstancias, el método de instrucción era altamente autoritario. Puesto que la disciplina se cultiva haciendo las tareas difí­ciles y en ocasiones ingratas, el maestro tení­a que reprimir a menudo, de una manera o de otra. Esta práctica estaba claramente justificada por el hecho de que los adultos se hallaban absolutamen­te de acuerdo con este fin último de la educación, en vista del cual debí­an desarrollarse los niños.

El mejor método docente de la épo­ca, el de Herbart, estaba, sin duda alguna, centrado en el maestro. Sus cinco etapas, en cada una de las cuales el maestro era el ini­ciador, desarrollaban alguna verdad preconcebida, sacada del depó­sito del saber y usaban mucho la memoria icónica.

El carácter autoritario de esta enseñanza era también un testi­monio de la atmósfera social de la escuela. El maestro era el mo­narca de la clase. La sumisión y la obediencia a su dictado eran virtudes escolares más importantes que la iniciativa y la indepen­dencia del alumno. El espí­ritu social que caracterizaba a la clase tendí­a también a caracterizar la administración de la escuela.

Si los alumnos esperaban los decretos del maestro, éste esperaba los del director, el director los del superintendente del grupo y este último los de las autoridades municipales y las autoridades del Estado.

La propuesta actual, según mi opinión, su objetivo básico, es dialogar sobre diferentes aspectos medulares de proceso de enseñanza e instrucción, que puedan, en efecto, mejorar la eficacia y apoyar a los docentes en técnicas y ciencia de la enseñanza.  Se fundamenta –esta propuesta- en lecturas, para el análisis del texto y el esfuerzo por la contextualización del mismo por los participantes. Se procurará la comparación con otros textos e ideas y las conclusiones para ese autor y las personas involucradas en el mismo proceso de estudio.  

Es decir, si logramos un buen pensamiento crí­tico en los alumnos, y dejamos de lado la violencia para la transmisión, y usamos el sentido común para el diseño del currí­culo, si hacemos hincapié en lograr hábitos de comportamiento, fundamentados en el respeto al otro, más que usar la autoridad punitiva en esa enseñanza, vamos por buen camino.

*Fernando Vizcaya Carrillo es profesor de la Universidad Monteávila

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