La teorí­a hace al maestro

Felipe González Roa.-

Más sabe el diablo por viejo que por diablo… La experiencia es un grado… La práctica hace al maestro… Todas estas expresiones, bastante populares, subrayan la relevancia de lo vivido y, sobre todo, de lo aprendido a partir de los aciertos y de las equivocaciones cometidas en el terreno mismo de la vida. Pero, como casi todo en este mundo, conviene no exagerar.

Oscar Wilde aseguraba que la experiencia es el nombre que le damos a nuestros errores. Por supuesto, el gran escritor irlandés, con su brillantez y perspicacia habitual, daba de lleno en el blanco, aunque no está de más en algunos momentos sopesar los muchos dolores de cabeza que se podrí­an evitar si, de vez en cuando, se intentara no cometer esos (tantos) yerros.

A veces, en este tiempo, da la impresión de que la práctica está demasiado valorada y, en muchas ocasiones, se desmerita la relevancia del conocimiento teórico, aquel que debe servir de base para una adecuada aproximación al saber, para entender, desde una comprensión profunda, pausada y reflexiva, los diferentes fenómenos que rodean a la vida cotidiana.

Antes de continuar es importante hacer la siguiente aclaratoria, sobre todo para evitar el riesgo de malas interpretaciones: estas lí­neas para nada pretenden minimizar la importancia de la práctica, de llevar al campo lo aprendido y, sobre la marcha, corregir y aplicar los conocimientos, acumular experiencias y seguir hacia adelante.

Pero en esta columna sí­ se tiene el objetivo de subrayar la relevancia de la teorí­a y de la comprensión de los conceptos, los cuales han sido desarrollados, a lo largo de la historia del conocimiento, por algunos miles de pensadores, filósofos, cientí­ficos, investigadores, quienes se han quemado las pestañas para regalar a la humanidad los secretos de sus hallazgos.

Sin una buena teorí­a no puede haber una buena práctica. Esta es una afirmación que siempre debe tenerse en cuenta, sobre todo por parte de intelectuales y académicos, entre los cuales debe incluirse a todos los estudiantes universitarios, quienes, por la naturaleza propia de su rol, e incluso por propia humildad, nunca deben obviar la necesidad de estudiar la teorí­a.

Muchos de los errores que en la práctica se cometen son causados fundamentalmente por deficiencias teóricas. El desconocimiento de los conceptos lleva a generalizar, relativizar, sesgar o creerse el “dueño de la verdad”. Esta debilidad no solo puede alejar el saber y la comprensión de la realidad, sino que puede facilitar el camino a los manipuladores, aquellos que solo ven a los demás como objetos que pueden utilizar con el único propósito de satisfacer sus deseos.

Las teorí­as no están escritas en piedra. No son preceptos inmutables con rí­gidos marcos que no pueden ser modificados. Al contrario, el conocimiento conceptual se enriquece con el debate, el cuestionamiento, el contraste, pero no puede olvidarse que para poder criticar algo primero hay saber con precisión de qué se está hablando.

Y algo hay que precisar: esto no se refiere solo a lo que puede encontrarse en los libros o escucharse dentro de las paredes de un aula (ahora virtuales), sino que rodea el dí­a a dí­a de todas las personas: los problemas económicos, la crisis de la democracia, las dudas sobre la pandemia, la proliferación de los hoy llamados fake news, todo tiene como origen la debilidad en la comprensión teórica.

Qué importante serí­a recordar esto al comienzo de un nuevo perí­odo académico, cuando los jóvenes de la Universidad Monteávila inician (los estudiantes de I semestre) o reanudan (todos los demás alumnos) su actividad.

Conviene no olvidarlo jamás: para poder comerse el mundo primero hay que conocerlo y entenderlo.

*Felipe González Roa es director de la Escuela de Comunicación Social de la Universidad Monteávila

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