A los 20 años de la Universidad Monteávila: las universidades privadas como faros

Carlos Garcí­a Soto.-

El pasado viernes, 4 de octubre, se cumplieron 20 años del inicio de las clases en las cuatro facultades que todaví­a hoy forman el núcleo de la Universidad Monteávila. Para quienes estuvimos allí­ fue particularmente emocionante ser parte de un proyecto nuevo, con toda la ilusión de quien quiere hacer bien las cosas desde el principio, con el vértigo natural de quien sabe que todo está por hacerse.

A las pocas semanas del inicio de las clases, como se recordará, ocurrirí­an dos hechos importantes para la historia contemporánea de Venezuela: la tragedia de Vargas y la aprobación, justo en los dí­as de esa tragedia, de la Constitución de 1999.

Decir que se cumplen 20 años de la Universidad Monteávila; sin embargo, no es exacto. En realidad, las actividades que luego llevarí­an a que la universidad iniciara sus cursos el 4 de octubre iniciaron varios años antes, cuando un grupo de profesores y amigos se reunieron con la intención de pensar y trabajar en la fundación de una universidad enraizada en la cultura iberoamericana, y que tuviera como fundamento el humanismo cristiano, entre otros rasgos esenciales.

Es por ello que pocos dí­as después de ese 4 de octubre señalaba el rector-fundador, Enrique Pérez Olivares, en la lección inaugural de la Universidad:

“Durante varios años hemos trabajado en concebir esta nueva Alma Mater, en formar progresivamente la comunidad de autoridades, profesores y personal de apoyo. Hemos precisado las bases conceptuales de la institución, establecido las orientaciones generales de las actividades docentes, de investigación y de extensión, así­ como el diseño de los planes de enseñanza. El 4 de octubre de 1999 nos hemos encontrado con los jóvenes cuya formación es la razón de ser especí­fica de la docencia en la Universidad Monteávila, y ellos son ya parte de la comunidad académica. Una comunidad que se propone despertar y estimular en todos sus miembros el amor a la ´sabidurí­a´”.

Desde entonces, se cuentan por cientos los egresados de pre y postgrado de esta aun pequeña universidad, quienes trabajan en distintos ámbitos de la sociedad, aportando cada quien desde su lugar, esperanzados en aplicar sus conocimientos y esfuerzos para reconstruir. Como ha ocurrido con todas las otras universidades del paí­s, un porcentaje dramático de sus egresados ha emigrado, buscando legí­timamente mejores condiciones de vida para ellos y sus familias. Duele cuando los profesores sabemos que enseñamos a alumnos que muy probablemente tendrán que salir a hacer sus vidas fuera de nuestro paí­s.

Algo que asombra de las instituciones educativas que nacieron alrededor de 1999 o después, es cómo han tenido que nacer, crecer y madurar en un ambiente hostil a la educación libre y plural. A diferencia de otras instituciones educativas que nacieron antes del inicio de este perí­odo de destrucción académica, estas nuevas instituciones educativas no han podido contar con una inercia institucional que les permitiera afrontar estos años. Han tenido que adaptarse constantemente, sin conocer un perí­odo de paz duradera, en el cual cimentar los fundamentos académicos, administrativos y personales que toda institución académica necesita y a la que tiene derecho. A ello se suma los descensos en números de estudiantes que prácticamente todas las universidades privadas están enfrentando.

A pesar de ello, impresiona aun más ver cómo las universidades privadas han intentado mantener sus niveles docentes, de investigación y extensión. Durante estos 20 años en las universidades privadas, y por supuesto también en nuestras universidades públicas, se ha estudiado a fondo las razones que en 1998 llevaron al paí­s a una elección equivocada, y se ha documentado cómo ha sido el desmantelamiento institucional y social en estos largos 20 años. Además, se han realizado investigaciones rigurosas que ofrecen soluciones propias y originales a los múltiples problemas que enfrenta Venezuela. En las bibliotecas y archivos de nuestras universidades los venezolanos podemos estar seguros de encontrar las bases para la reconstrucción de la sociedad venezolana.

Por ello, es mucho lo que los venezolanos debemos a las instituciones de educación de carácter privado que han logrado permanecer en estos años, hayan sido creadas antes o después de 1999. Todo el esfuerzo que se haga en ayudarlas, protegerlas y promoverlas es útil y necesario para el paí­s. Sin universidades fuertes y sanas será en vano cualquier esfuerzo de reconstrucción de nuestros tejidos sociales. Y sólo con universidades fuertes y sanas podremos aspirar a una libertad duradera.

Advertí­a don Andrés Bello en el cierre a su célebre discurso pronunciado en la instalación de la Universidad de Chile el dí­a 17 de septiembre de 1843:

“La libertad, como contrapuesta, por una parte, a la docilidad servil que lo recibe todo sin examen, y por otra a la desarreglada licencia que se rebela contra la autoridad de la razón y contra los más nobles y puros instintos del corazón humano, será sin duda el tema de la universidad en todas sus diferentes secciones”.

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En nuestras circunstancias, los 20 años de una universidad merecen ser celebrados. Ojalá la Universidad Monteávila cumpla muchos años más, y con ella, todas las otras universidades privadas que se mantienen como faros en esta hora oscura.

*Carlos Garcí­a Soto es profesor de la Universidad Monteávila

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