8:30 Hora UMA

Tatiana Aguilera.-

Fotografí­a: Mary Ann González.-

Estoy estrenando oficina.  En la pared, a mano derecha, la mirada puede descansar en un cuadro cuyo motivo principal es un collage tipo vintage en el que se aprecia un reloj que marca las 8:30, una plaza de una ciudad europea y unas estampillas…  Viéndolo con detenimiento pensé en el tiempo, tema de esta breve reflexión. Pero no el simple tic tac que se repite y marca la medida del movimiento según “un antes y un después”; sino de un tiempo lleno de contenido, vertido en miles de vidas con las que he compartido, dialogado, he enseñado, pero sobre todo he descubierto más el misterio del ser humano.

Hace dos décadas, habí­a una idea, mucha ilusión y el trabajo dedicado de personas visionarias que, en un audaz proyecto creador, fijaron el ADN de lo que hoy es una institución que busca ser fiel a esa idea originaria. Instrucciones genéticas precisas han dado vida a un ideario que salió de letra impresa hasta hacerse ethos en vidas concretas que circulan en los pasillos de esta pequeña gran universidad. Todaví­a hay mucha riqueza en ese ADN que irrumpirá en formas novedosas para comunicar la verdad.

Pero me detengo ahora en las reuniones de trabajo -a veces tertulias- en las que intercambiábamos pareceres para diseñar la Facultad de Ciencias de la Comunicación e Información (FCCI). Pensamos en un enfoque generalista de nuestra carrera, ¿cómo podí­amos enjaular la fuerza de la comunicación en menciones especí­ficas -audiovisual, periodismo, publicidad- si pensamos en personas que pudieran hablar un idioma universal para expresar la verdad bien sea a través de imágenes o caracteres que barbotan palabras? Después vendrí­a el momento de ser expertos en algún lenguaje; pero primero habrí­a que saber “hablar” para escribir historias en formatos de tinta o pantalla.

Surgí­an comentarios sencillos, menos formales y directos, que nos permití­an imaginar al “pichón” que hoy vuela como águila siendo fiel a su esencia. “Si los hacemos buenos ciudadanos, me sentirí­a ya muy contenta”. Esa frase de Alicia ílamo Bartolomé, nuestra primera decana de la facultad, me pareció grandiosa. Más si pensamos en el momento histórico en que la criatura vino al mundo, nada más lejos del manido “hecho en democracia”. Nuestra universidad tiene la edad de muchos de nuestros alumnos y es lugar “cien por ciento libre de ideologí­a”, donde pueden pensar, dialogar y opinar en libertad. Es una suerte de zona verde a la que llegamos en busca de oxí­geno no constreñido por ideologí­as que buscan reducir los espí­ritus.

“Piensen esto: si una persona les hace una propuesta y les dice que ignoren la historia, que no recojan la experiencia de los mayores, que desprecien todo lo pasado y que sólo miren el futuro que él les ofrece, ¿no es una forma fácil de atraparlos con su propuesta para que solamente hagan lo que él les dice? Esa persona los necesita vací­os, desarraigados, desconfiados de todo, para que sólo confí­en en sus promesas y se sometan a sus planes. Así­ funcionan las ideologí­as de distintos colores, que destruyen (o de-construyen) todo lo que sea diferente y de ese modo pueden reinar sin oposiciones. Para esto necesitan jóvenes que desprecien la historia, que rechacen la riqueza espiritual y humana que se fue transmitiendo a lo largo de las generaciones, que ignoren todo lo que los ha precedido”.

Estas palabras del Papa Francisco, refuerzan la idea original de la universidad como ámbito adecuado no sólo para preparar para la formación profesional sino especí­ficamente para formar además otras dimensiones de la persona que necesita unidad y fidelidad a lo que está llamado a ser.

Pero volvamos la mirada al reloj que inició la inspiración de estas lí­neas. Geraldine, mi vecina de oficina, comentó al verlo “los muchachos se impresionan cuando un profesor les advierte: pueden recuperar muchas cosas, todo lo material es recuperable; no así­ el tiempo”. Me quedé pensando, 8:30, hora UMA, en ese momento, las cuatro facultades pioneras del proyecto estaban con sus alumnos y profesores tejiendo esta comunidad de personas y saberes. Hace veinte años ésa era la hora en la que me preparaba para mi primera clase, habí­a repasado los nombres de la lista de mis alumnos, los imaginé uno a uno, los proyecté en el tiempo, les deseé ser buenos profesionales, pero sobre todo soñé con que la Universidad Monteávila les transformara en buenos ciudadanos toda su vida.

*Tatiana Aguilera Franceschi ES Decana de la Facultad de Ciencias de la Comunicación e Información

*Mary Ann González es estudiante de la Universidad Monteávila

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