Auge y caí­da de Cartago

Emilio Spósito Contreras.-

Con la crisis ocasionada por la irrupción en Italia de Pirro (318-272 a. C.), rey de Epiro y Macedonia, y sus costosas guerras contra Cartago y Roma, llegó a su fin la presencia griega al sur de Italia y se dieron las condiciones para el enfrentamiento entre la rica Cartago y la incipiente Roma por los despojos de la Magna Grecia.

En algo más de un siglo, se desarrollaron las tres Guerras Púnicas (265 al 146 a. C.), que a decir del popular escritor británico Adrian Goldsworthy (1969), en su obra La caí­da de Cartago: Las Guerras Púnicas (traducción de Ignacio Hierro. Ariel. Madrid 2008), fueron acontecimientos de proporciones inusitadas que, sin duda alguna, cambiaron el rumbo de la historia de la humanidad.

De tales guerras, vale destacar los siguientes elementos:

El primero, referido a la excelencia de los lí­deres cartagineses: los Bárcidas, familia que dio generales de la talla de Amí­lcar (275-228 a. C.), o sus hijos Aní­bal (247-182 a. C.), Asdrúbal (245-207a. C.) y Magón (243-203 a. C.). Aní­bal es considerado el mejor comandante de la Antigí¼edad y uno de los mejores de todos los tiempos.

Aunque se desconoce el nombre de las hijas de Amí­lcar, estas también jugaron un importante papel en la historia de Cartago. La mayor de ellas contrajo matrimonio con Bomilcar –sufete cartaginés–; la mediana se unió a Asdrúbal –llamado el Bello– (circa 270-221 a. C.), fundamental en la conquista de Iberia; y la menor se casó con Navaras, jefe númida.

En el marco de la Segunda Guerra Púnica (218-201 a. C.), Aní­bal conquistó Sagunto (219 a. C.), cruzó los Alpes (218 a. C.) y plantó frente a los romanos desde el norte de la pení­nsula itálica. Su mayor victoria fue en Cannas (216 a. C.), en la cual con su genial movimiento de tenazas, logró bajas en el ejército romano en una proporción de diez a uno.

El segundo, referido a la composición del ejército cartaginés, principalmente una fuerza “multinacional” de libios, númidas, mauritanos e í­beros, unidos a Cartago como mercenarios o por juramentos hechos directamente a los Bárcidas.

La proverbial riqueza de los cartagineses permitió la contratación de mercenarios, pero, como lo advirtió Nicolás de Maquiavelo (1469- 1527) en su obra El prí­ncipe (1532), tales fuerzas: “…son inútiles y peligrosas” (op.cit. XII), sobre todo cuando, como siempre ocurre, se acaba el dinero.

De hecho, se sabe por el libro I, 67, de la Historia de Polibio (203-120 a. C.), que después de perder la Primera Guerra Púnica (264-241 a. C.), Cartago no pudo pagar a las tropas mercenarias, las cuales se rebelaron en una sangrienta guerra que duró entre el 241 y el 238 a. C. En este escenario, se desarrolla la bien documentada novela Salambó (1862) de Gustavo Flaubert (1821- 1880).

A pesar de la cercaní­a de Aní­bal a las puertas de Roma, el conflicto se dilató y los cartagineses perdieron la oportunidad de vencer a Roma, que dio muestras de su fortaleza. Los comentaristas resaltan la solidez de los pactos alcanzados por los romanos con sus vecinos, que no les traicionaron, y el poderí­o de un ejército de ciudadanos, o lo que el mismo Maquiavelo llamó “milicias propias”.

El 19 de octubre de 202 a. C., se enfrentaron en Zama las fuerzas de Aní­bal y las de Publio Cornelio Escipión (236-183 a. C.). Los cartagineses contaban con 80 elefantes de guerra, que huyeron despavoridos por el ruido y el fuego opuesto por los romanos. Masinisa (circa 238-148 a. C.), rey de los númidas, se habí­a aliado a los romanos; sus jinetes fueron fundamentales en la victoria romana y la caí­da de Cartago.

En los últimos tiempos, en Venezuela hemos visto desplegar una polí­tica exterior basada en la concesión de ventajas económicas en torno al comercio de hidrocarburos y minerales a cambio de reconocimiento y apoyo internacional. En tal sentido, podrí­an interpretarse los acercamientos de Venezuela a los paí­ses del Caribe o inclusive a potencias tan distantes geográficamente como Turquí­a, Rusia o China.

No obstante, como ocurrió en Cartago, la fortuna es fluctuante y las fuerzas mercenarias en el mercado se inclinan siempre al mejor postor. Es fácil gobernar y hacer felices a todos cuando sobra el pan y hay circo. Pero, como también recuerda Machiavelo, los mismos que un dí­a fueron beneficiados por la prodigalidad del gobierno, conspirarán contra este cuando sientan peligrar sus fortunas (El prí­ncipe, III).

*Emilio Spósito Contreras es profesor de la Universidad Monteávila

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