Historia y libertad | Los antecedentes de nuestro personalismo

Personalismo Chávez

Carlos Balladares Castillo.-

Nuestro apego por los mandones no debe llevarnos a pesimismos. Foto:

En diciembre de este año se cumplen dos décadas de la discusión sobre la naturaleza del régimen que fundó Hugo Chávez. ¿Autoritarismo electoral, régimen hí­brido, dictadura, oclocracia, totalitarismo? A medida que ha transcurrido el tiempo, las acciones de su gobierno y el de sus herederos han demostrado su indetenible personalismo polí­tico.

Este hecho, según unos cuantos, es la prueba de un mal arraigado firmemente en nuestra cultura polí­tica, por lo que consideran que mejor es ¡huir! Pero toda “enfermedad”, mal hábito o conducta reiterada, tiene cura. No estamos condenados. Aunque debemos conocer la naturaleza e historia de lo que nos trajo hasta acá y, de esa manera, desandar lo que nos impide vivir con dignidad. ¿Dónde están nuestros antecedentes autoritarios? Trataremos seguidamente de dar algunas respuestas.

Para ello nuestra perspectiva para analizar el problema sigue los pasos de la historiadora Graciela Soriano de Garcí­a-Pelayo, la cual ha dedicado grandes esfuerzos al estudio del personalismo polí­tico en Hispanoamérica. El fenómeno del personalismo explica las diversas formas de autoritarismo que hemos padecido en el continente, el cual nace de la debilidad institucional (desinstitucionalización y reinstitucionalización) generada por el “desarrollo discrónico” (coexistencia en un mismo tiempo de diferentes niveles de desarrollo polí­tico) de nuestras sociedades.

¿Qué es el personalismo? Es cuando la autoridad impone su voluntad personal por encima de las instituciones. Es evidente que siempre se trasladan rasgos personales en el ejercicio del mando, y especialmente cuando se viven momentos fundacionales, pero no es lo que debe prevalecer porque, de lo contrario, la inestabilidad y el abuso del poder serí­a lo dominante.

Algunos autores señalan que el cacicazgo en nuestros pueblos indí­genas serí­a el primer antecedente, aunque es algo absurdo debido a que esta forma de autoridad serí­a lo normal en las sociedades seminómadas, donde los ví­nculos biológicos prevalecen por encima de los culturales. Los historiadores positivistas, en cambio, identifican al conquistador español como el primero de todos. Pedro Manuel Arcaya (1874-1958) afirmará que el medio y el mestizaje fue debilitando sus hábitos de legalidad, y favoreciendo el poder personalista.

Sin duda hay un claro parecido con el señor feudal, aunque la monarquí­a se encargará de evitar ennoblecer a los descendientes de los conquistadores. De manera que no pudieron convertirse en una aristocracia legalmente pero lo fueron de algún modo, y el historiador Robert L. Gilmore llegará a hablar de un “personalismo oligárquico” por parte de los mantuanos. Otro aspecto personalista, aunque en esto existen sus crí­ticas en contra, es la implantación del dominio de una monarquí­a tradicionalista y con intenciones absolutistas. 300 años no pueden haber pasado en vano. El historiador Germán Carrera Damas habla de las formas que se “desprenden del cadáver en descomposición que es la monarquí­a”.

La mayor parte de los historiadores ven en el caudillo (protagonista de nuestro siglo XIX) la principal semilla. El hombre de armas se vinculará fuertemente con las masas más humildes en una relación paternalista y clientelar. La violencia será el medio para el ejercicio de la polí­tica y, en medio de esa anarquí­a, será imposible la consolidación de las instituciones. El personalismo se impondrá y paradójicamente será éste el cual lleve a cabo finalmente, a principios del siglo XX, la construcción del Estado.

La tesis del “Gendarme necesario” se convertirá en mito al igual que la relación de la dictadura con la construcción de obras, por lo que desde ese entonces cada vez que surgen las crisis tendemos a anhelar su intervención salvadora. Aunque posiblemente, el rotundo fracaso del último militar que nos mandó y el actual dominio de la Fuerza Armada, nos ha ido ayudando a superar dicho mito.

El personalismo lamentablemente no es monopolio exclusivo de los caudillos y militares de manera que se ha expresado también en los civiles, especialmente dentro de los partidos polí­ticos entre los cuales han prevalecido los personalistas por encima de los doctrinarios. Por no hablar de las pocas instituciones que funcionan sin el peso dominante de las autoridades. Esas que poseen una gran consciencia institucional (Iglesia, muchas empresas e instituciones educativas, etc.) deben ser motivo de estudio exhaustivo para ofrecer su ejemplo a toda nuestra sociedad.

La breve revisión de los antecedentes de nuestro apego por los mandones no debe llevarnos a pesimismos. Porque, a pesar de su predominio, ha tenido que convivir con una cultura civilista, institucional y democrática. Es dicha cultura, la cual tiene en los 40 años de democracia puntofijista (1958-98) su mejor expresión, la que ha permitido que este paí­s no termine de desaparecer en el mar caótico del chavismo-madurismo.

*Carlos Balladares Castillo es profesor de la Universidad Monteí vila.

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