Palabras del profesor Fernando Vizcaya en el acto de grado de la tercera cohorte del Componente Docente:Â
Estimadas autoridades de la Universidad y de la Facultad.
Queridos graduandos, Señoras y señores
Esta oportunidad de estar un rato con ustedes, me da la ocasión de decirles algunas cosas, que están dentro del corazón y algunas que están en la razón. No sé cuál es más importante, la verdad, pero es lo que soy hoy. Son esos  atributos del ser humano: la ansiedad por la contemplación y el deseo de describir lo que ve.
Dice un autor clásico: Es posible que no exista más memoria que la de las heridas. (Marco Tulio Cicerón, Adversus Catilina). Es una advertencia que quería hacer, a todos, incluyéndome. No podemos vivir del recuerdo de cosas no felices, sino abrir horizontes y proyectos adecuados a la reconstrucción del país. Porque la vida es mucho más que amarguras y mentiras. Así decía Simón: “Nube de agua, Nube de agua, No llores más nube de agua, que toda leche da queso y toda amargura se pasa”.
Hemos estado sufriendo amargamente un desorden, rayando en la insania mental, en los diversos ámbitos del país político, económico, universitario. La verdad se murió hace un tiempo en esta Venezuela de los medios de comunicación social. El bien aparente es lo propio egoístamente, del que esté más cerca de los personeros gubernamentales, los amigos del dinero y del poder. No hay belleza, en nuestro medio. Es un país bizarro, deformado y que como esa pintura de Goya, Urano se come canibalezcamente a sus hijos.
La crisis de humanidad que vivimos no es casual, porque en su origen encontramos una renuncia y una traición, a un modo de usar la razón y un modo de cultivar la libertad.
La pobreza extrema, al lado de la riqueza mal habida y el despilfarro, la ausencia de libertades públicas, la represión, el militarismo, la inestabilidad de las instituciones, la demagogia, las mitomanías, la elocuencia hueca, la mentira y sus máscaras. Ese genocidio que hemos sufrido y que tenemos en el alma, se recupera con el amor del corazón y la atención del intelecto, para formar hábitos sociales, para recuperarnos de la barbarie, que desde los clásicos tiene un nombre: amistad.
En estos meses pasados nos hemos hecho amigos buenos, en Aristóteles, Werner Jaeger, María Montessori, Federico Froebel, Howard Gardner, Daniel Goleman, John Passmore, John Dewey, Mario Briceño Iragorry, José Antonio Marina, Jerome Bruner, Lev Vigostky, Hannah Arendt. Amigos que nos han enriquecido mucho y ya son parte del alma buena del educador que eres.
Así las propuestas educativas que relativizan la presencia del educador y se sostienen exclusivamente sobre conceptos como el juego creativo, el uso de programas informáticos, la información a distancia, muestran sus carencias en los resultados, algunos de ellos trágicos, y reclaman una mayor exigencia a la importancia del profesor, del maestro en el aula y la presencia activa y militante de las familias en los procesos de crecimiento, de los centros de enseñanza.
Eso que he escrito, justifica el esfuerzo de cada uno de ustedes por aprender y enamorarse del bien que se puede transmitir. Durante cuatro trimestres, un año completo de formación, con ajustes, aprendizajes, compañeros que no perseveraron, buenas exposiciones, informes con nivel de publicación, clases buenas y algunas regulares, otras excelentes, como la vida misma.
A pesar del empeño por mantenerse y superar dificultades, podemos tener la sensación de inestabilidad, pero el fruto de estos meses invertidos, indudablemente, es bueno y es sólido en la persona que se formó.
Además no hemos perdido nuestra naturaleza de venezolanos. Esa naturaleza es una necesidad más noble que cualquier otra cosa y que tiene por norte el amor a la belleza. Esa es casi una característica ontológica de nuestra ´patria, de nuestros paisanos. Los antiguos griegos lo llamaban cosmos y es más perentoria la necesidad, porque en este momento nos encontramos en medio de un caos.
La belleza en este mundo presenta el mejor aspecto cuando se convierte en objeto de la inteligencia. Además su relación con la virtud, con esos hábitos cultivados intencionalmente, buscan el orden, se mantienen buscando al Creador, la belleza suprema, a Dios todopoderoso, porque Dios es la suma de todo lo hermoso.
Así encontramos un cierto consenso, el acuerdo de la importancia de la lectura profunda, la conciencia de aprender de un idioma extranjero, el saber escribir y hacerlo cada día, la reflexión sobre lo percibido en la realidad, el amor a ese conocer la importancia de los hábitos de trato social, el dar buenos días, ofrecer gracias, disculparse ante la falta… la urbanidad que es la entrada a la felicidad social y que hemos perdido.
Por todo eso, quisiera usar en esta ocasión una palabra que todo ser humano, ha proferido: Gracias. Es una palabra que tiene equivalentes en todas las lenguas. En todas es rica en la gama de significados. Desde lo espiritual a lo físico. Desde la gracias que concede Dios a los hombres para salvarlos del error y la muerte, a la gracia corporal en la danza de la muchacha, de la estrella que cae, o de la melodía que canta con pasión una mujer bella.
Gracias es perdón, indulto, favor, beneficio, inspiración. Es felicidad en el estilo de hablar, de escribir, de pensar y de tratar al otro. Indudablemente es producto de la enseñanza. Revela las buenas maneras aprendidas de buenos maestros. Es bondad del alma
Gracias es también una indefinible mezcla de temor, respeto y admiración al verme ante ustedes, gente que viene de otros saberes y con el deseo del bien en el alma, y que están en este recinto universitario.Es benevolencia, querer el bien del otro.
Cuando me propusieron ofrecer unas palabras en este acto de terminar una cohorte del Componente Docente, recordé unas líneas de John Steinbeck, y las glosé, como un presente, de un regalo, en una paráfrasis del agradecimiento: “Aquí tienes esas palabras que querías y que pensé meter en un cajita de regalo. Dentro he guardado casi todo lo que tengo y aún no están completa. En ellas hay dolor y pasión, buenos y malos sentimientos, el placer del proyecto realizado, descrito en el gozo indescriptible de la creación. Y por encima de todo la gratitud y el afecto que siento por cada uno de ustedes, con nombre y apellido, y aún las palabras no están colmadas”.
*Fernando Viscaya es profesor de la Universidad Monteávila