Portales de Praga | Entre la imagen y las letras

Felipe González Roa.- 

El «mago de la cara de vidrio” fue estudiado por Eduardo Liendo. Foto: Tucucu.com

El espectacular avance que en los últimos años han experimentado los medios de comunicación, inicialmente con la televisión y luego hasta llegar a la computadora e internet, ha hecho que muchas veces nos dejemos llevar por el vértigo y no nos detengamos a pensar un poco en las consecuencias que puede traer la nueva forma de ver e interpretar el mundo que nos rodea. El pensador italiano Giovanni Sartori, en su libro Homo Videns, intenta hacer un llamado de atención, quizás incluso una advertencia del camino, a su juicio inadecuado, que está tomando la humanidad en estos tiempos post-modernos.

El pensamiento reflexivo, racional, es lo que ha diferenciado al ser humano de los otros animales, y es lo que le ha permitido dominar el mundo e imponer sus condiciones para beneficio propio.

Todos los seres humanos tienen la capacidad de utilizar su mente para, de forma lógica, deducir conclusiones y tomar decisiones adecuadas. Sin embargo, no todos alcanzan su pleno potencial. Sartori asegura que la irrupción de la televisión, con su sobredosis de imágenes, ha truncado el proceso reflexivo del hombre.

Es evidente que aquellas personas que disfrutan del hábito de la lectura desarrollan una mayor capacidad de reflexionar, de hablar con uno mismo. De plantearse preguntas y responderlas en intimidad. Porque cuando uno lee, y sobre todo comprende, el proceso interno que se da es una constante tesis, antí­tesis y sí­ntesis personal, que nos permite arribar a nuestras propias conclusiones y, si es posible, ponerlas en práctica.

Pero especialmente las nuevas generaciones consideran que leer es aburrido. Principalmente porque conlleva un esfuerzo mental y de concentración que muchas veces excede la paciencia de personas poco acostumbradas a la reflexión.

Es cierto que estas nuevas generaciones han nacido bajo la sombra de las nuevas tecnologí­as de la información, de medios de comunicación que otorgan a la imagen un papel primordial. Generaciones que han tenido a la televisión como su principal cobijo y hoy no entienden el mundo sino a través de las pantallas de sus teléfonos inteligentes.

Sin embargo, puede ser un tanto cómodo culpar a la televisión y a los nuevos medios de comunicación de la miopí­a mental de algunas personas. Por más irresistible que sea el poder de la imagen no puede ser que el ser humano llegue a tales niveles de vulnerabilidad, que acepte renunciar a su capacidad de pensar solo para obtener placeres momentáneos.

Sí­, ocurre, pero la responsabilidad no es solo de la televisión ni de internet. Es menester dejar atrás las primeras teorí­as de la comunicación social, aquellas que hablaban de “bala mágica” para referirse a los medios y el incontestable efecto que producí­a en las personas.

Años de estudio han permitido concluir que el hombre no es una simple pared blanca lista para ser pintada, sin oponer mayor resistencia a los colores que se quiera plasmar en su superficie. El ser humano está sumergido en un contexto, definido por su realidad social y su intimidad psicológica, que funciona como un tamiz que permite recibir y procesar los mensajes que recibe.

Sartori asegura que el niño formado en la imagen se reduce a ser un hombre que no lee. A falta de un estudio profundo que permita verificar si efectivamente las personas que pasan más tiempo frente al televisor son menos propensas a tener un libro entre sus manos, podemos ver a nuestro alrededor y considerar que esta afirmación es cierta. Pero salta una pregunta: ¿no juega la familia un rol preponderante para inculcar en los infantes el hábito de lectura?

En general mis compañeros de generación fuimos criados por padres que no crecieron bajo el amparo del “mago de la cara de vidrio”, como lo llamaba Eduardo Liendo. Algunos de ellos tuvieron la suerte de disfrutar de la radio, otros simplemente no tuvieron otra opción que sumirse en la lectura, nutritivas en su mayorí­a, seguramente. ¿Y son precisamente esos padres los que permitieron que sus hijos fueran dominados por la televisión? ¿Se dejaron llevar por la novedad o simplemente sucumbieron ante la tentación de la imagen?

Difí­cilmente se puede estar en desacuerdo con la opinión de Sartori, ¿pero acaso no se debe analizar también la posición de aquellos niños que no nacieron “sordos a la lectura”, sino que fueron perdiendo el “sentido de la audición escrita” en la medida en que iban creciendo?

Hay otros factores de la vida moderna que pueden preocupar, como el gran tiempo que los padres deben dedicar al trabajo, por lo que disponen de pocos momentos para criar a sus hijos. Por eso sustituyen su presencia con pantallas de un televisor o de un smartphone, que ya no solo entretiene y acompaña, sino que también educa y forma.

En estas lí­neas no se pretendo quitarle cuota de responsabilidad a la televisión, tampoco a internet. Mucha culpa tienen a la hora de banalizar el pensamiento. Pero este mal no se puede achacar solo a la imagen, incluso ni siquiera a la saturación.

¿Acaso al observar un cuadro pintado por Picasso no se percibe una imagen? ¿Acaso esa imagen no nos invita a pensar? Entonces no es la imagen la que trunca la capacidad reflexiva del ser humano, sino la superficialidad con que es planteada. Misma superficialidad que se puede plasmar en un libro o en un periódico si el interés de su autor no es otro que evitar que el lector saque propias conclusiones.

No es la imagen, no es la televisión, no es internet, sino el interés de algunos seres humanos de manipular a sus semejantes para obtener un provecho propio.

Mientras menos capacidad reflexiva tenga el ser humano más fácil cae presa de los manipuladores. Hitler no tení­a a su alcance el poder de la televisión pero su palabra, escrita o pronunciada en discursos, logró llegar hasta la fibra sensible de los alemanes y hacer que le permitieran cometer algunos de los más atroces crí­menes contra la humanidad.

No hubo imágenes que truncaran el pensamiento. Simplemente contó con la complicidad de aquellos que deseaban ser manipulados. A veces dejarse engañar es un camino para la evasión, aunque al final siempre termine en un espejismo.

*Felipe González Roa es director de la Escuela de Comunicación Social de la Universidad Monteávila.

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