ílvaro Torres De Witt.-
En la tarde del primero de diciembre de 1955, una humilde costurera de color de 42 años en el pueblo de Montgomery, Alabama, Estados Unidos, regresaba cansada de trabajar hacia su casa. En esa época el racismo imperaba y la población de color no tenía el derecho de votar. Hacía un siglo había ocurrido la Guerra Civil (1861-1865) que eliminó la esclavitud de los negros, sin embargo, una centuria después, la gente de color no tenía derechos y eran considerados ciudadanos de segunda.
Lograda la declaración formal de libertad de los esclavos, prontamente el poder local y estatal, profundamente racista, logró anular en la práctica los derechos de los negros mediante las llamadas “Leyes Jim Crow”. La segregación racial se impuso en restaurantes, bares, parques, transporte, hoteles, baños públicos, iglesias, escuelas, teatros, bebederos de agua, etc. Se decía que los ciudadanos blancos y los negros eran “iguales, pero separados”.
Rosa Parks subió al autobús, como todas las tardes. Las leyes de segregación racial determinaban que en la parte delantera viajaran los ciudadanos blancos, y en la parte posterior, los de color. En el medio podían sentarse los negros, siempre y cuando un blanco no los necesitase. Esa tarde Rosa se sentó en los asientos del medio. Pero al subir un joven blanco, el conductor del bus le pidió a Rosa y otros tres ciudadanos de color que se levantaran y le dieran el asiento al joven.
Rosa no se movió. Se había cansado de esa situación de abuso continuado. Se negó a moverse cuando el conductor insistió y amenazó con llamar a la policía. Los agentes del orden la arrestaron, encarcelaron y condenaron a pagar una multa de catorce dólares por perturbar el orden público. El encarcelamiento de Rosa Parks fue la chispa que encendió una masiva protesta no violenta encabezada por el pastor Martin Luther King.
Los negros se negaron a subir a los autobuses durante 382 días. Muchos ciudadanos blancos tampoco usaron los autobuses por solidaridad. Esto provocó graves pérdidas en el transporte público, por lo que decidieron suspender la disposición segregacionista. En 1956 la Corte Suprema de los Estados Unidos dictaminó inconstitucional la segregación por raza en el transporte público. El movimiento en pro de los derechos civiles había obtenido una importante victoria.
Rosa Parks, quien militaba en el movimiento desde 1950, se convirtió en un símbolo muy conocido. Se trasladó a Detroit en 1960 y comenzó a trabajar para un miembro afro-americano del Congreso de los EEUU. Allí continuó su lucha constante contra la segregación racial y el establecimiento de plenos derechos civiles para los negros.
En 1965, cien años después de la Guerra Civil, los negros lograron su derecho al voto mediante una ley promulgada por el presidente Lyndon B. Johnson.
Cuando fue abolida la ley segregacionista que prohibía el acceso a las universidades a los ciudadanos negros, la misma policía que antes les impedía el paso, tuvo que custodiarlos para que no fueran agredidos por estudiantes blancos. Poco a poco las infames leyes “Jim Crow” fueron suspendidas.
Las escuelas se integraron, los baños públicos y bebederos de agua comenzaron a ser compartidos por todos los ciudadanos. El estigma de ser negro, al menos legalmente, comenzó a desaparecer.
Por sus esfuerzos, en 1979 la Asociación Nacional para el Avance de las Personas de Color (NAACP) otorgó el reconocimiento más elevado a Rosa Parks, quien al año siguiente recibió el Premio Martin Luther King Jr. En 1999 el Congreso de los EEUU le entregó la Medalla del Congreso en atención a toda una vida consagrada a promover los derechos civiles.
Rosa Parks falleció a los 92 años en 2005. Para recordar sus méritos y su memoria, cuenta con una Biblioteca y Museo en su nombre, y su efigie se encuentra en el Salón de las Estatuas del Capitolio de los Estados Unidos.
Rosa Parks fue una sencilla costurera. No tuvo mayores estudios. En su vida no hubo nada extraordinario, hasta que a los 42 años decidió “plantarse” en protesta ante la injusticia en un asiento de autobús. Por ello fue encarcelada.
Ese gesto tuvo una gigantesca repercusión que terminó impulsando los derechos civiles en los EEUU, con respaldo tanto de ciudadanos negros como blancos. La justicia prevaleció.
A veces para iniciar grandes cambios hace falta una pequeña acción decidida por parte de simples ciudadanos. En Venezuela requerimos grandes cambios, que serán producidos por sus propios ciudadanos. Que la suma de pequeñas acciones haga la diferencia.
*ílvaro Torres DeWitt es profesor de la Universidad Monteávila