Un espacio de formación entre profesores que desean profundizar en las maneras que dan clase a sus alumnos: así se presenta la iniciativa del seminario “Dar clase con la boca cerrada”.
La tercera edición comienza el próximo 19 de octubre. El profesor moderador, Gabriel Gutiérrez, cuenta más detalles sobre su dinámica, objetivo y el libro que lo inspiró.
¿Cómo surgió el curso de “Dar clase con la boca cerrada”?
Esta es la tercera vez que se va dar. Entonces, está la figura del seminario que, tratándose de formación de profesores, personalmente creo que es muy sugerente porque no hace falta que un profesor se presente como alguien que sabe más que los demás profesores, sino que el seminario siempre gira en torno a un texto, a un libro. Yo había oído la idea de “yo daría un seminario siguiendo tal libro donde cada semana los profesores nos leemos un capítulo y discutimos entre nosotros”.
Y entonces, cuando llega a mis manos “Dar clase con la boca cerrada”, me dije que este libro es perfecto para que guíe un seminario de formación de profesores. Varios profesores que queremos profundizar en nuestra manera de dar clase, leemos un capítulo y luego discutimos entre nosotros: “Esto no se puede hacer en Venezuela”, “Esto sirve para otra cultura”, “Esto sí sería bueno”, “Esto lo modificaría así”, etcétera. Segunda semana, segundo capítulo… Y así, surgió la idea de leer un libro entre colegas, teniendo un momento a la semana de socialización entre profesores que no están con uno.
Llama mucho la atención el nombre del curso. El profesor usa la voz, el lenguaje, para poder dar clase. ¿Cómo se puede dar clase con la boca cerrada?
El título es muy sugerente. No es del curso, el título es del libro. ¿A qué se refiere Donald Finkel con ese título? A que hay maneras distintas de que los alumnos aprendan lo que tienen que aprender que no sea la que un profesor se los explique abriendo la boca, explicando lo que tiene que saber, dando la lección magistral.
Este autor dice que hay otras maneras, pero no sólo eso: está demostrado que la explicación pocas veces produce aprendizaje a largo plazo. ¿De qué otra manera se puede aprender si no es que alguien te lo explique? De los libros, de la discusión entre alumnos, de la escritura, que es el arte de hablar sin abrir la boca.
Si yo en vez de echarte el cuento te lo paso por escrito, tú lo asimilas a tu velocidad. Lees y dices “Ya va, no entendí bien, déjame volver a leer”. Eso no lo puedes hacer con el profesor al lado, hablando. Puedes preguntarle, pero es distinto. Uno pregunta cuando uno cree que le ha prestado atención y que el profesor falló en la explicación, pero en este caso no es que falló en la explicación, es que yo estaba distraído y quiero volver sobre eso.
Entonces, se puede dar clase sin abrir la boca: callarse para que hablen los libros, callarse para que los alumnos discutan entre ellos, callarse para que los alumnos no afirmen lo que dice un profesor porque es la autoridad, sino llevar a dos profesores, ambos con prestigio y que le digan cosas contrarias, para que el alumno diga “¿A quién le creo?”. Ya no es quién es el experto, ahora es el contenido.
El libro no solamente advierte sobre esto, sino que te dice que para que uno se calle y los libros hablen, hay que preparar el ambiente.
¿Qué significa “dejar que hablen los libros”?
Dejar que hablen los libros significa no explicar el contenido de un libro, porque de esa manera desperdiciamos una oportunidad mágica de que una actividad tan íntima como leer active en el ser humano resortes insospechados del alma.
Si yo te explico un libro es el equivalente a esos videos de “te resumo la película”, que son horribles. Yo no quiero que me digan “al principio fulanito engaña a fulanita”. No, yo quiero ver el engaño; quiero sentirme engañado, yo quiero sufrir esa decepción del engaño. Igual sucede con los libros. Si tú preparas bien una clase y eliges bien el libro, dejas que sea el libro quien haga que los muchachos aprendan.
Lo que quiero ,cuando dejo que hablen los libros, es que los alumnos no digan mi versión del Quijote, ni siquiera la versión de Cervantes, sino su versión. El alumno va a esforzarse en decir “creo que lo entendí” y si no, reconoce que no lo entendió. Pero en ese esfuerzo de entenderlo y no entenderlo, sin que medie una explicación, hay un aprendizaje significativo. Mucho más profundo que si alguien te lo hubiera explicado.
Dejar que hablen los libros es reconocer que los libros explican mejor que los profesores. Ese libro va a despertar en el alumno ámbitos en su interioridad a los que tú como profesor ni siquiera estabas pendiente que podrías enseñarle algo. Si yo acostumbro a mis alumnos a que aprendan de los libros, siempre tendrán maestros. En cambio, si yo les acostumbro a aprender sólo lo que se les enseña su educación termina muy pronto.
¿Por qué un profesor debería aprender a dar clases con la boca cerrada?
Primero, porque descubre que dar clases explicando no es tan eficaz. Las palabras se las lleva el viento, los muchachos están demasiado distraídos, no es el momento. Entonces, como están distraídos, tengo que dar clase de otra manera. Me atrevería a decir que los aprendizajes más importantes que una persona tiene en su vida no los logró porque alguien se los explicase, sino porque una situación en la que se vieron obligados a reflexionar les hizo aprender aquello.
Luego, piensa que también tus alumnos recordarán mejor el aprendizaje si les sirvió para resolver un problema, si les sirvió para discutir con unos compañeros, si lo obtuvieron descubriendo lo que en realidad piensan de algo. Uno rara vez declara qué piensa de las cosas. Si yo te pongo a discutir con un compañero aprendes a ver eso. Si yo sólo doy clase hablando genero pasividad, afán de repetición o de estar de acuerdo con la autoridad. Y entonces uno dice “¿Es verdad porque lo dijo el profesor? ¿O es verdad porque es verdad? Vamos a pensarlo”. Ese pensamiento crítico rara vez se consigue explicando, sino con otro tipo de actividades. Por eso vale la pena aprender a hablar con la boca cerrada.
¿Qué le dirías a alguien para recomendarle tomar el seminario?
Voy a dar las razones para recomendarlo y la dificultad que tiene. Las razones para recomendarlo: un profesor debe empezar por saber de la materia, luego tiene que lograr saber explicarla, pero ya se convierte en verdadero profesor cuando sabe cómo se aprende esa materia y sabe que la clave está en entender la diferencia entre enseñar y aprender. Hacer este curso, este seminario, te ubica entre el que tú ya sabes que tienes que explicar bien y no sólo dominar la materia, y dar un paso más y descubrir cómo se aprende esta materia.
Dificultad: como es seminario, tienes que leer por tu lado. Lo que hay que leer cada semana son entre 25 y 30 páginas, eso supone mínimo 2 horas. Si no lo cuantificas, si no comienzas el esfuerzo con esa dimensión investigadora entonces te puede resultar demasiado largo el texto. Pero no es más de la cuenta si entiendes que no solamente te estoy explicando una metodología, sino que la estoy justificando. El autor no regatea esa explicación, porque los capítulos no sólo te dan la parte práctica de cómo llevarlo a cabo sino la justificación para que te convenza efectivamente que si de verdad quieres ser un profesor que no finge que los alumnos están aprendiendo sino que se da cuenta que no están aprendiendo y quieres que aprendan, el esfuerzo vale la pena.
¿Y está dirigido a profesores universitarios o a profesores de bachillerato?
La discusión académica en torno a si los libros por sí solos pueden hacer que la gente aprenda; a si los esquemas de aprendizaje o talleres conceptuales se pueden hacer con cualquier materia; a dejar que los alumnos conversen entre sí; de no solamente entender una nueva metodología sino entender la justificación es más propia de un profesor universitario. Esto no significa que el profesor de bachillerato sea menos capaz. Significa que está menos acostumbrado a preguntarse sobre el aprendizaje y la enseñanza. En todo caso, el profesor de bachillerato tiene que lidiar con distintos factores para que los alumnos aprendan, que no son el modo en el que ellos asimilan el conocimiento sino es el estar contra la distracción.
Entonces, más bien yo diría que es para profesores universitarios, pero como ahora los alumnos de la universidad llegan con unos niveles de distracción en donde el profesor tiene que también aprender unas dotes, se ve que ahora el profesor de bachillerato está en la misma situación que el universitario. No me extraña que a un profesor de los últimos años de bachillerato le pueda ser muy interesante esto, sobre todo en aquellos temas en los que no es tan importante la autoridad del profesor, entendiendo por autoridad no el prestigio que se haya ganado, sino el que los alumnos no sólo repitan porque el profesor lo dice. En primaria tienen que hacerle caso a la autoridad, en secundaria también, aunque un poquito uno quiere formarle el ejercicio crítico, y sólo en ese poquito este seminario le sería útil a un profesor. Pero es impensable para un profesor de primaria o de los primeros años de bachillerato. No tiene sentido, porque su alumno necesita de mucha autoridad y ejemplaridad en buscar el conocimiento.