Viejas y nuevas guerras. mismos vicios

Emilio Spósito Contreras.-

La invasión de Rusia a Ucrania cumple un mes, llenando de horror al mundo . Foto: Cortesí­a

Dueño de casi toda Europa, el 24 de junio de 1812 el emperador Napoleón (1769-1821) cruzó el rí­o Niemen –entonces frontera de Rusia– al frente de unos 439.000 hombres: la Grande Armée conformada por franceses, belgas, neerlandeses, polacos, austriacos, italianos, bávaros, sajones, prusianos, westfalianos, suizos, daneses, noruegos, portugueses, españoles y croatas. Una de los ejércitos más imponentes de la historia, dirigidos por uno de los más más grandes genios militares de todos los tiempos.

Doscientos diez años después, a la inversa, tras varios dí­as acumulando fuerzas en la frontera, el 24 de febrero de 2022 Rusia y Bielorrusia invadieron a su vecina Ucrania. Una dura guerra convencional: lluvia de misiles, interminables filas de tanques dirigiéndose a la capital Kiev y otras ciudades importantes como Járkov y Mariúpol, millones de desplazados y miles de muertos. La ofensiva mediática, el enví­o de armamento, la estéril discusión en el Consejo de Seguridad de la Organización de las Naciones Unidas y hasta la imperdonable amenaza de la opción nuclear, no son más que proyecciones de las “viejas guerras”.

El 26 de noviembre de 1812, los restos de las fuerzas napoleónicas, en desordenada retirada, eran masacradas en el cruce del rí­o Berésina. Se calcula que solo 22.000 hombres regresaron de la campaña de Rusia. El general Karl von Clausewitz (1780-1831) –testigo de los acontecimientos–, opinaba que un pueblo es invencible cuando lucha por su libertad, y que una eventual derrota en la batalla, si es honorable, puede convertirse en el motor de la victoria final.

Una diferencia importante en esta aventura de Vladí­mir Putin (1952) es la reacción de los aliados de Ucrania, que lejos de responder militarmente como lo hicieron en su momento las potencias beligerantes en la Primera (1914-1918) y la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), han recurrido a toda la panoplia de las “nuevas guerras”… Las sanciones financieras, comerciales y tecnológicas, aunque más sofisticadas, no implican los mismos costos de las armas convencionales y, sin embargo, son capaces de producir efectos tan devastadores como las peores acciones bélicas de la historia.

La derrota francesa de 1812 fue el inicio del fin de la era napoleónica. En el Congreso de Viena (1814-1815), a pesar de los esfuerzos de Charles Maurice de Talleyrand (1754-1838), se restablecieron las fronteras francesas anteriores a la Revolución (1789), se condenó a Francia con una indemnización de 700 millones de francos, pagaderos en cinco años, y se mantuvo la ocupación del paí­s galo por los participantes de la Séptima Coalición, conformada por Reino Unido, Rusia, Austria y Prusia.

A ambicioso Putin –al igual que a Napoleón, Hitler (1889-1945) o Huseí­n (1937-2006)– se le puede cuestionar: moralmente, por renunciar al diálogo y optar por sacrificar lo más preciado: la vida humana, tanto de los enemigos –especialmente de los civiles– como de los propios. Económicamente, por despilfarrar en armas la riqueza arrancada a los contribuyentes: trabajadores y empresarios para los cuales la paz es esencial. Polí­ticamente, por obligar a los paí­ses a invertir en seguridad y, paradójicamente, hacer del mundo un lugar más peligroso. Putin, aun concretando la invasión de Ucrania, perdió la guerra.

Recientemente, hemos sido testigos de varias “guerras nuevas” –estudiadas ampliamente entre nosotros por Vicení§ Fisas Armengol (1952)–, que van desde la denominada “Guerra Comercial” entre los Estados Unidos de América y la República Popular China (iniciada en 2018) hasta la crisis venezolana, agudizada desde 2013. Efectivamente, en la República Bolivariana de Venezuela asistimos al uso del sistema de justicia como arma contra la rebeldí­a de los ciudadanos, así­ como el de medidas de coacción impuestas por parte de los Estados de Unidos a Nicolás Maduro (1962), otras personalidades polí­ticas y la industria petrolera venezolana, principal fuente de ingresos del Estado.

Sobre las sanciones contra Venezuela, algunos observadores dudan de su eficacia, pues a pesar de que la economí­a nacional experimenta los estragos de una guerra convencional y millones de personas han emigrado, el gobierno de Maduro se mantiene en el poder. No obstante, resulta relevante que ante la primera oferta que Estados Unidos realizara a Maduro para levantar las sanciones contra la industria petrolera, éste no dudó un instante en aceptar, aunque ello supusiera emular al ruin Efialtes y abandonar a su aliado ruso, su principal proveedor de armas convencionales.

* Emilio Spósito Contreras es profesor de la Universidad Monteávila

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