En busca del tiempo perdido

Felipe González Roa.-

“No estamos provistos de sabidurí­a, debemos descubrirla por nosotros mismos, después de un viaje por el desierto que nadie más puede hacer por nosotros, un esfuerzo que nadie puede ahorrarnos”. Marcel Proust

El tiempo no vuelve. Es, por lo tanto, el recurso más valioso del que dispone el ser humano. Todo lo demás, en menor o en mayor medida, se puede recuperar. El tiempo no.

Esta semana la Universidad Monteávila reanudó las clases presenciales. Ciertamente ya en los meses anteriores algunos estudiantes pudieron retornar a las aulas, pero de forma muy puntual y especí­fica. Fueron algunos encuentros académicos que permitieron recordar viejos hábitos y rutinas, pero nunca sentirse realmente, otra vez, en la universidad. Ahora es diferente.

Todaví­a, por supuesto, se guarda cautela. El virus sigue allí­, latente y expectante, por lo que el retorno, aunque importante, no es absoluto. Unos más, otros menos, todaví­a los alumnos recibirán algunas de sus clases a través de plataformas digitales, pero lo más importante es que nuevamente, y con regularidad, caminarán por los pasillos del campus y se sentarán en los pupitres, podrán compartir con sus compañeros (incluso conocerlos) y tendrán la oportunidad de debatir con los profesores.

¿Dos años de vida fueron abruptamente borrados por la brutal aparición de esta pandemia? Ciertamente ese casi millar de dí­as no regresará, pero el tiempo únicamente será irrecuperable si, a partir de este momento, no se aprovecha la oportunidad para aprender y para crecer. En pocas palabras: para vivir la universidad.

El conocimiento es alimento para el alma, y es en la universidad donde los jóvenes estudiantes pueden encontrarlo. Así­ no solo cultivan su espí­ritu sino que ahuyentan el fantasma de la ignorancia, flagelo que lleva a muchos a decir en voz alta, y a veces con insospechado orgullo, insensateces que hacen sonrojar a cualquiera que los escuche.

El tiempo solo será perdido si hoy es igual que mañana. Si únicamente se está sin ser. Si, cual ostra en el lecho del mar, se es llevado por la corriente sin al menos intentar seguir un deseado camino, aquel que permita alcanzar el saber.

¿Cuántos pasan por la universidad? ¿Cuántos realmente entienden lo que significa la universidad? Esta es tal vez la reflexión más importante que en estos dí­as de regreso debe plantearse cada uno de los estudiantes, no para vociferarlo en los pasillos y jardines, sino para hacer que retumbe en cada recoveco de la memoria.

Un papel que con tinta proclama una licenciatura en algo, un número que intenta clasificar (¿qué es un 20? ¿Hay diferencia entre un 8 y un 10?) …  Nada valen por sí­ mismo. Su mérito solo es real si refleja aprendizaje y conocimiento. Si no lo hace, nada significa.

Si esta lección no se aprende, si realmente se pretende que “estudiar” en la universidad es simplemente de vez en cuando dejarse ver, si no se busca con ahí­nco el conocimiento, sino se pretende alcanzar las cumbres de la sabidurí­a, allí­ el tiempo sí­ se habrá perdido.

Y siempre es posible entender que el tiempo se perdió. No solo es posible, sino que es inevitable darse cuenta. Pero tarde o temprano, para mayor dolor, todos, absolutamente todos, notarán que el tiempo simplemente no regresa.

Ya es hora de empezar a buscar el tiempo perdido.

“El verdadero viaje de descubrimiento no consiste en buscar nuevos paisajes, sino en mirar con nuevos ojos”

Marcel Proust

*Felipe González Roa es director de la Escuela de Comunicación Social de la Universidad Monteávil

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