Discriminación

Alicia

Alicia ílamo Bartolomé.-

discriminación

Parece que el hombre discrimina por naturaleza, o por la pérdida de los dones  preternaturales después de la caí­da en el pecado original; es decir, tan al principio, que la discriminación ya es en él una cualidad idiosincrática. Los niños en la escuela, hacen capillita con algunos compañeros, rechazan a otros y hasta los molestan sin son más débiles.

Tí­pico de los Estados Unidos es la formación de hermandades en los niveles de enseñanza media y superior, generalmente llamadas por letras del alfabeto griego, verdaderos azotes por su prepotencia y arrogancia sobre los estudiantes tí­midos, frágiles, que no son admitidos en ninguna, pero sí­ son presas fáciles de bromas pesadas y verdaderas maldades.

Discriminar es desgraciadamente una práctica humana. Discriminamos por sexo, raza, color, religión, clase económica y social… La lista es larga. Hay orí­genes arcaicos para esta discriminación. Se dirí­a que viene en lo genes y por eso toda lucha contra ésta tiene que ir más allá de una posición, una prédica, una actitud. Hay que ir más adentro en lo más recóndito del alma y del corazón. Hay que ir a las raí­ces o estaremos siempre arando en el mar.

Empezando porque nuestra pertenencia a una cultura, una civilización, como la occidental-cristiana, la que conozco mejor, tiene enquistados patrones de conducta, de costumbres, de belleza…, difí­ciles de erradicar. En cuanto a la belleza, por ejemplo, para nosotros ésta se define en lo que vemos en concursos: son bellas aquellas muchachas que tienen como modelo Venus greco-romanas o muñecas Barbie; los varones ganan certámenes de buen ver viril, cuando se parecen a Apolo, o a galanes de cine.

En los últimos tiempos en un afán, muy meritorio, por evitar discriminaciones, son admitidas en certámenes de belleza, y hasta han llegado a ganar el concurso máximo, jóvenes de raza no caucásica -como les ha dado a los gringos llamar a la blanca- sino, de procedencia africana, india o del lejano oriente. Pero vale la pena destacar que, con todos sus rasgos étnicos, por mezcla, maquillaje o lo que sea, tienen mucho del patrón occidental de belleza.

No he visto coronada de Miss Universo a una negra tinta, nariz pronunciadamente chata y fosas muy abiertas, labios tipo bistec, pelo chicharrón y la esbelta figura caracterí­stica de su raza. En el centro de ífrica, una mujer así­ puede ser el prototipo ideal. En Europa no. En China los occidentales tenemos una nariz horriblemente grande.

Lo mismo pasa en otros aspectos de la discriminación. He oí­do a gente de mucha caridad, amiga de ayudar a los necesitados, que aparentemente no hace acepción de personas, exclamar, ante algún disgusto con un semejante: ¡Negro tení­a que ser! Y a un europeo liberal, progresista, enemigo del nazismo y sus desmanes, contestarme en su idioma, cuando le recomendaba una pelí­cula de Barbra Streisand: ¡No me gusta esa mujer con su jeta judí­a! Le salí­a de adentro, de sus discriminaciones ancestrales.

Demasiada historia acumulada de enemistades, odios, persecuciones, matanzas, torturas y una larga cadena de injusticias. Pueblos y personas, de lado y lado, no logran olvidar. Mientras exista ese rencor hereditario, incrustado en las almas, no alcanzaremos extirpar la discriminación.

Se necesita una gran cirugí­a psí­quico-espiritual de cada uno. No es un tremendo esfuerzo social, sino personal, sólo así­ con un corazón nuevo en cada quien, podremos influir en la sociedad para destruir la discriminación. Sólo ahogando dentro de nosotros mismos, en lo más í­ntimo de nuestro ser, cualquier brote de ésta. No con palabras, sino con hechos. Aceptar con beneplácito para nuestros hijos los cónyuges buenos de otra raza, religión o clase. No rechazar por étnica, sino por ética. Decir con san Josemarí­a Escrivá: Hay un sola raza, la raza de los hijos de Dios.

¡Un mundo sin discriminaciones! Frente a éste que, con movimientos y prédicas antidiscriminatorios, realiza la más criminal contra ví­ctimas puras, indefensas. Paí­ses desarrollados -mentalmente sub- legislan para justificar el más monstruoso de los asesinatos que cobra 60 millones de vidas al año: la muerte de los no nacidos en el vientre de sus madres. ¡Cuántos sabios, cientí­ficos, artistas, benefactores de la humanidad, campeones deportivos, etc., han dejado de nacer! ¿Quiénes merecen castigo y todo el peso de la ley? ¡Los criminales discriminadores abortistas del planeta!

*Alicia ílamo Bartolomé es decana fundadora de la Universidad Monteávila

Un comentario sobre “Discriminación

  1. Hola Alicia.
    Excelente artículo y la realidad es esa todos somos una sola raza, la raza humana, hecha a imagen de Dios.

    Abrazos

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