Ideas en palabras | Belleza y fealdad = grotesco

Estefaní­a Maqueo A.-

de la pluma de Ví­ctor Hugo Parí­s fue escenario de lo feo y lo grotesco. Foto: photo credit: guillenperez Mirando a Parí­s via photopin (license)
En la pluma de Ví­ctor Hugo Parí­s fue escenario de lo feo y lo grotesco. Foto:photopin (license)

La presencia de lo feo y lo grotesco en el mundo artí­stico-literario ha existido desde sus orí­genes. Si existe lo bello existirá también lo feo, siendo de esta manera una relación antagónica que, sin embargo, se complementa mutuamente. Así­, en la pintura y en las letras se han descrito ciertos personajes que pueden ser degradantes en una primera observación pero que, al revisarlos nuevamente, se puede comprender que existe algo más allá de la descripción del narrador que atrae al lector, y eso es el reflejo del alma humana.

Desde que el hombre nace hasta que muere está rodeado de vicios y tentaciones que pueden o bien elevarlo hacia su categorí­a más pura (que serí­a comparable con la imagen que Dante describe de Beatriz) o degradarlo hasta lo más mí­nimo e insignificante (por ejemplo, la malformación y descomposición de Dorian Grey reflejada en su pintura). Sin embargo, bien es sabido que lo grotesco y lo feo ha llamado siempre la atención de los artistas, puesto que es más atractivo describir a alguien feo cuya realidad psicológica es mucho más compleja (por el mundo que lo rodea, es decir, el de los bellos) que lo contrario. Para Ví­ctor Hugo lo grotesco (“una cosa deforme, horrible, repelente, transportada con verdad y poesí­a al dominio del arte”) es la fuente más rica que la naturaleza puede ofrecer a la creación artí­stica, puesto que destruye el orden habitual del mundo y hace que lo bello realice una rotación completa que lo lleve a coincidir con lo feo y que se complementen mutuamente (como ocurre en la relación de Esmeralda y Quasimodo, siendo la primera la representación de lo bello y el segundo lo feo).

En el Prefacio de Cromwell, Ví­ctor Hugo realiza toda una teorí­a acerca de lo feo y lo grotesco, explicando sus orí­genes desde la antigí¼edad en las representaciones cómicas que se hací­an de los personajes, cuyo fin era mostrarlos de manera grotesca para generar una burla y una satirización. Sin embargo, también explica que en relatos como la Ilí­ada y la Eneida se presentan personajes que son feos porque han intentado ir en contra de los dioses y sus leyes o designios, como es el caso de Laocoonte o Hefesto. Dirá que lo feo estará presente desde los orí­genes del cristianismo puesto que este mostrará la verdad en la poesí­a y así­ la musa moderna verá todo de una manera más elevada y vasta, entendiendo que lo feo también existe y que no todo tiene que ser bello.

Según Ví­ctor Hugo lo grotesco va a desempeñar un papel muy importante puesto que se va a mezclar en todo y creará lo deforme y lo horrible, a la vez que lo cómico y lo jocoso, al igual que parodiará a la humanidad. Con lo grotesco se elevará hacia lo bello, aun cuando el segundo posea solamente un tipo de representación, mientras que lo feo tiene miles que presentan aspectos nuevos pero incompletos.

La novela Nuestra Señora de Parí­s es el resultado del Prólogo a Cromwell, donde se reflejan todas las concepciones acerca de la estética de lo grotesco. Así­, se presentan personajes como Quasimodo (cuyo significado es “cualquier cosa”) y Claude Frollo, que representan lo grotesco y lo monstruoso desde puntos de vistas distintos. Si bien el primero será feo fí­sicamente (jorobado, sordo y cojo), el segundo lo será por sus emociones que lo hará repulsivo al lector por su codicia, ambición y avaricia. Así­, Ví­ctor Hugo mostrará que lo monstruoso está en la condición humana y no en lo fí­sico, siendo su novela un proyecto estético acerca de la bondad que se ve cubierta por la fealdad y afectada por el drama (ejemplo de ello será la relación entre Esmeralda y Quasimodo y la compasión que muestra ella hacia él y cómo éste la recompensa al salvarla de morir).

Ambientada en Parí­s durante la Edad Media, Ví­ctor Hugo muestra la mentalidad y el carácter mariano de la época, además de la fe arraigada y la lucha contra las herejí­as. Así­, el ser humano, para la época, es un hijo de Dios que debe aspirar por la igualdad y dejar a un lado todo aquello que pueda desviarlo del camino de la fe. Sin embargo, esto no se cumple en la figura de Claude Frollo, archidiácono de la Catedral de Notre Dame, puesto que él codicia a Esmeralda, hasta el punto de convertirla en una obsesión, al igual que desea el conocimiento puro que puede conseguir a través del estudio de la Catedral, que es la que conoce todo lo que los antiguos dejaron a su paso. Frente a él se encuentra su opuesto, que es a la vez su hijo adoptivo, que muestra la piedad y la compasión. Así­, entre ellos se establece una relación que se complementa y opone entre sí­, que podrí­a simularse a la de lo feo y lo bello. Separados no simbolizan nada y quizás ninguno hubiera sido reconocido sin la presencia del otro, puesto que en la novela los habitantes de Parí­s conocen a Frollo por ser el padre adoptivo de Quasimodo, y a este por ser el campanero protegido por el archidiácono. Es decir, entre ellos se establece esa conexión que une a lo feo y lo bello que es prácticamente inseparable, porque algo bello puede ser feo para quien lo mire y viceversa.

El carácter metatextual de la novela Nuestra Señora de Parí­s se ve reflejado en que ésta historia proviene de la idea surgida en el Prólogo a Cromwell con respecto a la estética de lo grotesco. Ví­ctor Hugo es, podrí­a decirse, el iniciador de esta tendencia puesto que va a modificar todo el carácter y la aprehensión que se tení­a anteriormente con respecto a lo feo, convirtiéndolo en una estética que hará a la obra seductora por su historia y sus personajes, los cuales representan una parte de nosotros quizás nunca antes conocida.

* Estefaní­a Maqueo A. es profesora de la Universidad Monteávila.

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