El amor desde el Orfebre

Rodolfo Bolí­var.-

El amor, ¿qué significado tiene el amor desde lo más profundo de nuestro ser? Todos tenemos la capacidad de amar, pero ¿cómo desarrollar ese verdadero potencial de entrega para no solo sentir amor, sino saber amar?; es una pregunta que nos hemos realizado desde siempre, quizás acompañada del contundente: ¿Quién soy?, que nos lleva, no sin esfuerzo, a definirnos como persona humana, es el amor ese sentimiento comprometido que nos une en nuestras relaciones personales.

Karol Wojtyla intenta explicarnos desde su formación que es el amor esponsal, el matrimonio, al cual estamos llamados muchos por vocación de vida, en un camino esforzado, dedicado y de total entrega; antes de escribir desde una antropologí­a adecuada para el mundo que es el amor y como debe ejercerse con responsabilidad, desde la unión conyugal.

Wojtyla escribí­a en sus años de poeta y dramaturgo las reflexiones humanas desde el más profundo interior de su corazón sobre el matrimonio, dando origen a “El Taller del Orfebre: meditaciones sobre el sacramento del matrimonio expresada a veces en forma de drama” y ¿porque en forma de drama?, porque vivir es un drama que muchas veces nos lleva desde el esplendor a la oscura noche y nos regresa mejorados en algún caso y con un halo de dolor que puede ser camino de santificación o no, dependiendo de la voluntad y asimilación de la persona.

Nos dirá Wojtyla en esa breve pero profunda obra del Orfebre que el amor es pensamiento y voluntad, esa voluntad que nos permite afrontar con entrega el compromiso de amarnos hasta el fin de nuestros dí­as, como lo demuestra la relación de Teresa y Andrés del primer acto del texto teatral: Signos, allí­ se ven esos signos necesarios desde el intelecto, con recomendaciones que implican el buen amar, ese escoger, ese decidir, la alianza matrimonial que el viejo orfebre describe como ‘una locura de libertad, con peso especí­fico en la entrega plena del hombre. 

El amor conyugal pasa por el amor fiel, entendiendo que la elección de pareja no es un asunto efí­mero, sino que será la elección del compañero(a) de un camino largo, un camino de vida. Se pregunta la mencionada pareja desde la experiencia con el viejo orfebre ¿Cómo hacer para permanecer juntos para siempre?, saben que el hombre no perdura en el hombre y el hombre no basta.

Deja verse en el siguiente acto titulado El Esposo, en la relación de Ana y Esteban, destruida por el tedio, la no pervivencia, la inseguridad propiciada por el dolor, y la poquedad humana, que no solo la atracción de dos personas permite esa eternidad a la cual estamos llamados, se pregunta Wojtyla por medio del personaje femenino ¿Amor es compromiso o lucha? ¿Nace cada dí­a?, nos responderá desde Adán, personaje que significa la humanidad espiritual: “El amor es la sí­ntesis de la existencia de dos personas, que coincide en un cierto punto y de dos seres hace una sola cosa… la eternidad del hombre lo complementa”.

Pero esa visión eterna nos supera, supera lo humano y debo entender que, sin la presencia de Dios, el amor conyugal estará incompleto. En el rostro del esposo debo ver al otro y la luz que me permite verlo es la presencia divina de Dios. El hombre solo no basta, alcanzando con esto una verdadera respuesta para Teresa y Andrés. También se me ocurre pensar en Santa Teresa de ívila: Nada te turbe, nada te espante, todo se pasa, Dios no se muda, la paciencia todo lo alcanza. Quien a Dios tiene nada le falta. ¡Sólo Dios basta!”, y basta para cementar la unión conyugal entre un hombre y una mujer, las sombras llegan porque el hombre no es luz propia, hace falta ver la luz en el amor conyugal.  

Desde la muerte y la ausencia, un hijo puede aprender de la entrega de su padre, un patrón familiar no es necesariamente lo que condiciona una capacidad de amar, pero te puede llenar de miedos o hacerte verdaderamente libre, con la gracia divina, tal es el caso de Mónica y Cristóbal, que partiendo de realidades diferentes en el último acto Los Hijos, nos enseñan que “el amor es un continuo desafí­o que nos lanza Dios para que nosotros desafiemos al destino”.

El amor es gozo y dolor y el dolor salva, desde el dolor Cristo Jesús nos redime como humanidad, aceptando la cruz como gran prueba de amor, el pago por nuestras iniquidades, en su dolor aprendemos a sufrir y a aceptar como crecemos en santidad, en amor y en entrega, desde allí­ debemos reflexionar el matrimonio, ese marco de espiritualidad que ampara nuestra propia carne, convirtiéndose en nuestra verdadera esencia. Sexuados, corpóreos, amados, trascendentes, desde nuestra inmanencia, a la luz del faro de Dios, debemos ser en nuestros matrimonios como ese espejo del viejo orfebre y reflejar la existencia absoluta y el total amor de Dios para la humanidad.

*Rodolfo Bolivar es director de la escuela de Administración de la Universidad Monteávila


[1] El concepto de matrimonio tratado formalmente en el libro de su autorí­a: Amor y responsabilidad.

[2] “En el rostro del ‘esposo’ cada uno de nosotros descubre el parecido de los rostros de aquellos seres con los que el amor nos ha unido de este lado de la vida y de la existencia. Todos están en el” Karol Wojtyla (El Taller del Orfebre. 1960).

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