Millennials: raí­ces interconectadas

Alexandra Ranzolí­n.-

Y cuando llegaron al coche que esperaba en silencio en el corredor, oyó el grito de angustia de Valentine:
—¡Vuelve a mí­! ¡Te querré siempre! (El juego de Ender, Orson Scott, 1985)

Nada puede describir el significado positivo que tiene para el ser humano la posibilidad de sentirse acogido en el seno de una comunidad, así­ como no hay momento en la historia ni condición que coarte el anhelo de que la persona se encuentre con otros por el gusto de verificar la potencia que se experimenta al compartir o por el deseo de disfrutar la alegrí­a de ser uno en comunión. La naturaleza humana exige familia “raí­ces personales. Gracias a ellas sabemos quiénes somos, de dónde venimos y cuál es nuestra conexión con el resto de la humanidad de la que evidentemente nos sentimos solidarios” (Burgos, 2003). Sus demandas tienen que ver con las estructuras que lo componen, más que con las tendencias que marcan una época -aunque estos cambios también condicionen las formas de mirar la realidad o las maneras de relacionarse-. Para el ser humano la familia siempre será sinónimo de origen y centro, de punto de referencia –tanto es así­ que cuando no está presente las consecuencias son difí­cilmente remediables- e igualmente como para Ender, muchos escucharán a Valentine decir “¡Vuelve a mí­! ¡Te querré siempre!”.

De acuerdo con lo anterior, solo una expresión puede definir el deseo de la persona por comprender el sentido último de su vida, el periodista Luis Carlos Dí­az afirma que hoy la Generación Y señala: “Déjennos ser Millennials”. Y poder ser implica el ejercicio de una libertad que pasa también por la posibilidad de disfrutar las oportunidades que ofrece la época que los ha recibido. En este sentido, constituye la necesidad de encontrar el lugar, por ejemplo, de conformar una familia o el tener hijos, que también exigen encontrarse con un mundo que permita interconectarse con una realidad fascinante.

Generaciones como la millennials y centennials viven la influencia de la falta de polí­ticas públicas inclusivas para generar oportunidades de educación y relaciones en libertad entre todos los ciudadanos, lo que provoca un efecto importante en las condiciones de vida de estos y, por ende, en las dinámicas sociales que impactan a la familia y en especial en los procesos formativos.

Por otra parte, quienes tienen acceso a los medios de comunicación tradicionales y a los nuevos medios, tienen también la oportunidad de mirar e interpretar la realidad a través de pantallas que ofrecen experiencias con múltiples perspectivas y oportunidades de interacción. Esto conlleva la corresponsabilidad de diversos mediadores –familia, escuela, instituciones, etc.- en la alfabetización, concientización, socialización, problematización y formación de miradas crí­ticas y creativas sobre los contenidos de estos medios (Martí­nez de Toda, 1998).

Estas nuevas realidades comunicacionales, cargadas de grandes ofertas y promesas, serán espacios de diálogo y crecimiento, de formación de ciudadaní­a, en la medida en que también sea factible, como señala Luis Carlos Dí­az, la inclusión y el acceso a estas tecnologí­as y, por tanto, lo que significarí­a que en los distintos contextos de la vida cotidiana no solo se esté pensando en la subsistencia, sino en la posibilidad de contar con todo lo necesario para el sostén, la educación, el desarrollo integral y el logro de la felicidad de los hijos, así­ como de la familia como lugar en el que se echa raí­z y al que siempre se puede volver y en donde hoy, con más de 1,5 millones de expatriados por distintas circunstancias -según la Organización Internacional de Migraciones-, también las tecnologí­as para millennials y centennials se han convertido en espacio de conexión y solidaridad (Burgos, 2003).

Cada generación, sin duda, se cree destinada a rehacer el mundo. La mí­a sabe, sin embargo, que no lo rehará. Pero su tarea acaso sea más grande. Consiste en impedir que el mundo se detenga. Albert Camus

Recuperado de http://comunicacion.gumilla.org/wpcontent/uploads/2019/02/COM_2018_183-184.pdf por Alexandra Ranzolin

Referencias:

Burgos, J. (2003). Antropologí­a: Una guí­a para la existencia. Madrid: Ediciones Palabra S.A.

Martí­nez de Toda, J. (1998). Las seis dimensiones de la educación para medios. Comunicación. Caracas.

Scott, O. (1985). El juego de Ender. Estados Unidos: Ediciones B.

*Alexandra Ranzolí­n es decana de la Facultad de Educación de la Universidad Monteávila

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Pluma