Me gusta pensar que mi surgimiento profesional será en conjunto con el de Venezuela

Mariana Di Yorio.-

Fotografí­a: Bella Riba.-

Aunque escucho que muchas personas dicen: “Quizás esto nos lo merecí­amos para ser más conscientes y valorar más las cosas que antes derrochábamos”, me digo, ¿qué derroché yo si desde que nací­ poco a poco las carencias se han ido notando y yo no tuve la posibilidad de escoger nada, solo nací­ y poco a poco fui viviendo el estrés de mi mamá por la escasez?

Pero luego me pongo a ver a mis primitos y me doy cuenta que es injusto que me queje cuando mi primita de 11 años no ha disfrutado lo que es ir al Parque del Este y comerse un helado, una oblea, unas cotufas y una pizza como normalmente yo hací­a a su edad.

¿Cómo quejarme cuando personas viven la desesperación y el dolor de perder a un familiar en un hospital por falta de medicamentos, alimentos o por las fallas eléctricas del paí­s?

¿Cómo quejarme cuando hay madres que no tienen que darles a sus hijos y estos se acuestan con hambre, perdiendo la niñez como los pocos kilos que tienen?

¿Cómo quejarme cuando hoy hay niños que no van al colegio porque no tienen las energí­as necesarias?

¿Cómo quejarme cuando hoy hay hermanos que visiten a sus hermanos en el cementerio porque las ansias de poder de unos pocos acabaron con la vida de estos jóvenes?

¿Cómo quejarme cuando hoy se encuentran enfermos buscando los medicamentos para no morirse en vez de estar acostados recibiendo su tratamiento?

La verdad estos dí­as me llenaron de estrés, no habí­a señal, no tení­a como informarme de lo que estaba sucediendo, pero a pesar de esto lo que más me estresaba era ver a las personas caminando hasta sus casas, pensar en cuánto habrí­an caminado y cuánto les faltarí­a me daba un dolor horrible.

El recordar los hospitales me llenaba de ira, sabí­a que con este apagón habrí­an muchas muertes y lo que más rabia me daba era saber que a pesar de esto, a los dí­as todo volverí­a a la “normalidad”, pero lo que no volverí­a es la comida dañada, las muertes ocasionadas, la intranquilidad de esos dí­as y el retraso del paí­s traerí­an secuelas en la integridad del ciudadano o por lo menos en mi caso es así­, ahora cargo a cada rato los equipos electrónicos, no utilizo el ascensor y tengo a la mano linternas por toda la casa. 

No conforme con el silencio que atormenta, estaban los diversos rumores “Tumbaron a Maduro”, “Se están yendo del paí­s”, “Esa es la intervención”, “No tendremos luz por una semana”, “Colectivos entraran a las residencias”. En medio del caos, de la desinformación y la ansiedad, tocaba calmarse y calmar a los que estaban a nuestro alrededor que sufrí­an al recordar los alimentos que pronto se dañarí­an, pero vivir estas situaciones solo me han permitido agradecerle a Dios por siempre bendecirme y no permitirme pasarla peor como sé tristemente mucha gente sí­ la pasó.

Muchas veces siento que este paí­s me ha quitado tanto al escuchar los relatos de la infancia de mi mamá, pero también me pongo a pensar y la verdad me ha regalado más de lo que me ha quitado, y no solo a mí­, sino a todos nosotros quienes nacimos en conjunto con el peor cáncer que ha tenido Venezuela: el chavismo disfrazado de ignorancia, odio y rencor pero esto solo nos ha permitido ser más fuertes, cultos y tomar mayor conciencia de nuestras acciones y decisiones, por eso somos la generación que curará de este cáncer maligno al paí­s que tanto nos ha dado: Venezuela.

Estos dí­as me demostraron la importante labor del periodista y despertaron al 100% mi pasión por esta profesión tan hermosa y humana. Porque en estos dí­as de oscuridad informativa me di cuenta que los ciudadanos necesitan de nuestra voz, porque la desesperación que genera la desinformación en un pueblo solo la puede calmar el periodista comprometido y yo quiero ser esa que llene de paz en estos momentos de penumbra con mi única herramienta, la verdad.

*Mariana Di Yorio es estudiante de la Universidad Monteávila

*Bella Riba es estudiante de la Universidad Montéavila

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