“Una visión de la universidad”: en torno a una lección inaugural de Enrique Pérez Olivares

Carlos Garcí­a Soto.-

En estos dí­as de finales de septiembre y comienzos de octubre las universidades venezolanas inician sus cursos académicos. Para los estudiantes universitarios, y para sus familias, es un momento importante en el año: nuevas materias, nuevos profesores, nuevos compañeros, nuevos metas a alcanzar.

En la circunstancia actual de Venezuela, sin embargo, cada año los inicios de curso académico se han hecho más sombrí­os. La universidad venezolana ha sido una de las ví­ctimas de nuestra crisis, con unas consecuencias que tardaremos años en reparar. Soy una profesora en Venezuela, una narración gráfica de Yorelis Acosta y Lucas Garcí­a plasmó Prodavinci un resumen estremecedor de la crisis universitaria.

Pero quizá este sea también un momento para volver sobre las ideas fundamentales acerca de la universidad, de la vida universitaria y de los universitarios, como una forma de intentar mirar por encima del horizonte inmediato. La universidad ha sido testigo de lecciones inaugurales ejemplares dictadas por venezolanos. Desde el célebre Discurso pronunciado en la instalación de la Universidad de Chile el dí­a 17 de septiembre de 1843, dictado por Andrés Bello, hasta la Lección inaugural dictada por el entonces presidente Rafael Caldera al iniciar sus labores en la Universidad Simón Bolí­var, por señalar sólo dos ejemplos.

Entre esas lecciones inaugurales que nos recuerdan la misión de la universidad, su papel en la sociedad, y su importancia para la formación de ciudadanos, está la lección inaugural que dictó Enrique Pérez Olivares hace 19 años, al iniciar su andadura en la Universidad Monteávila, titulada Una visión de la Universidad.

En esa Lección, Pérez Olivares, primer rector de la Universidad Monteávila, justifica las razones por las cuales se funda esa universidad, pero aprovecha la ocasión para exponer una visión de la misión de la universidad en la sociedad venezolana, que hoy debe ser recordada, sobre todo para conjurar el pesimismo que puede embargarnos.

Justo en uno de los momentos más difí­ciles para la universidad en nuestra historia republicana, las palabras de Pérez Olivares pueden ser una guí­a para recordar lo esencial, y para animarnos entre todos a no desfallecer en este esfuerzo por mantener la institución universitaria.

El centro del mensaje de Pérez Olivares en ese discurso fue recordar que la universidad es una “comunidad de personas”, pero también una “comunidad de saberes”. Dirá por ello:

“Originar y desarrollar esta comunidad es tarea permanente que nos lleva a establecer unas relaciones interpersonales signadas por el trabajo esforzado y conjunto, ordenado hacia la meta común: el saber, y vivificadas por el amor de amistad, es decir, de benevolencia, que comporta querer bien al amigo, además de querer el bien del amigo”.

Pero no sólo es una comunidad de personas, sino también de saberes:

“Esta comunidad de personas es comunidad de saberes, es decir, de conocimientos especulativos y prácticos: de teologí­a, filosofí­a, ética, ciencias exactas, experimentales y humanas, historia, técnicas y artes que se descubren, se difunden, se inventan. Saberes que se buscan y perfeccionan por lo que ellos mismos son, y para que orienten y vivifiquen los comportamientos, para que se plasmen en virtudes intelectuales y morales, en destrezas técnicas o artí­sticas y para que fundamenten, impulsen y refuercen actitudes, valiosas y valientes, ante la inigualable aventura de la vida personal, familiar, social y cí­vica”.

Luego señala un verdadero programa para la universidad venezolana, aún en el difí­cil contexto en el que esta se encuentra:

“Estamos convocados para existir como institución durante un tiempo, que según evidencia la experiencia histórica se cuenta por siglos, en la triple tarea de investigar, enseñar y difundir los saberes en los que se plasma la verdad, para hacer vida esa verdad, para consolidar en cada una de nuestras almas el ansia de conocerla constantemente y vivirla plenamente, así­ como para conocer los medios y formas de lograr ese aprendizaje y vivencia permanentes.

La universidad, para ser tal, debe pues constituirse y perfeccionarse permanentemente como una institución. Ser una institución comporta claridad y estabilidad en su razón de ser. Exige relaciones de confianza en quienes dirigen, de leal colaboración y búsqueda permanente de la excelencia. Requiere adecuación y flexibilidad en los medios materiales y técnicos, en los métodos de trabajo, en las estructuras organizativas, en las formas de expresión y comunicación. Comporta relaciones de intercambio permanente con el entorno para servirle mejor, para lograr pertinencia y calidad en lo que ofrece, atención y respuesta a las aspiraciones, expectativas y demandas, así­ como para nutrirse con el soporte siempre renovado que ese entorno le brinda”.

De tal manera, la universidad venezolana está llamada a permanecer, siempre que sus estudiantes, profesores, autoridades y personal de apoyo estén dispuestos a cumplir la función para la cual cada uno está llamado, aun a pesar del entorno. Sólo podrá vencerse a la universidad si quienes la forman se dejan vencer en su conciencia.

El 2 de octubre se cumplieron 20 años del Decreto Presidencial Nº 2.814 por el cual se autorizó el funcionamiento de la Universidad Monteávila, cuya lección inaugural serí­a pronunciada por Pérez Olivares un año después, ya incorporados los estudiantes, y que nos puede servir hoy como un estí­mulo para renovar el esfuerzo por mantener la universidad en Venezuela.

Allí­, sin duda, hay unas claves para tomar un nuevo impulso al comienzo de este nuevo curso académico. A pesar de las circunstancias, es mucho lo que la sociedad venezolana espera –y necesita- de sus Universidades.

*Carlos Garcí­a Soto es profesor de la Universidad Monteávila

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