En tono menor | Humor papal

Alicia ílamo Bartolomé.-

En Vaticano conviven dos Papas. Foto: ACI Prensa

Mi artí­culo anterior sobre aprender a envejecer tuvo buena acogida  y eso me anima a rematar el tema, pues me quedaron algunos cabos sueltos. Un punto importante es dejar la maní­a de vivir en soledad, ¡oh qué sola soledad!, como decí­a Sta. Teresa con graciosa y sugestiva redundancia.

Esta maní­a me parece que es más de las viejas que de los viejos; ellas argumentan que están muy bien solas, que tienen años así­, que se valen por sí­ mismas y no necesitan  compañí­a. Si se las buscan, la rechazan o le hacen la vida imposible para que se vaya. ¡Vieja necia –o viejo por si acaso-)

Claro que la necesitas, te puedes enfermar o caer y quiera Dios que te suceda de dí­a, sé de muchos de la tercera edad yaciendo en el suelo por horas. Y hay algo que olvidas: los hijos, nietos, sobrinos y responsables de ti, los tratas con muy poca o nula caridad, así­ les pagas sus cuidados. No se te ocurre pensar que encima de que tienen su familia, su trabajo, sus propios problemas, deben preocuparse por ti y soportar tu malacrianza.

¿Puede un hijo dormir o viajar tranquilo sabiendo que su madre está anciana y sola en casa, apta para cualquier percance? Deberí­as allanarle los problemas en lugar de multiplicárselos, eso es querer, lo demás es un remedo porque sólo te quieres a ti y tus caprichos, poco te importan quienes te rodean, eres un ser lleno de mezquindad y egoí­smo.

De jóvenes debemos a obedecer a los mayores, son los maestros y guí­as, además los responsables por nosotros para nuestro ingreso a la sociedad donde nos toca desempeñarnos en la edad adulta. De mayores avanzados, la cosa es al revés: nos toca obedecer a los jóvenes que están encargados de nosotros. No les hagamos su responsabilidad un camino de espinas por nuestra incomprensión que se deriva de la autosuficiencia, la petulancia, la malcriadez, en una palabra, la soberbia, el más diabólico de los pecados.

Ancianos admirables los sumos pontí­fices de estos dos últimos siglos. Llevaron adelante su mandato universal a través del paso de los años en lucha con su desgate fí­sico y obedeciendo a sus médicos y asesores. Quién no se conmovió viendo a Juan Pablo II cumplir heroicamente su deber hasta el final, cuando ya su cuerpo no daba más y él lo sabí­a.  Y quién no se conmovió también cuando Benedicto XVI, reconociendo su incapacidad para la gigantesca tarea del papado, renunció rompiendo una tradición de no renuncia de siglos. Si el primero tuvo el valor de seguir, no fue menos el del segundo para no seguir, ante el escándalo del mundo.

Y yo me pregunto, nosotros los ancianos, ¿tenemos el coraje de ir adelante con lo que nos toca hacer, así­ sea sólo orar y ofrecer a Dios nuestros quebrantos? ¿O sólo queremos lamentarnos, reclamar y echar broma a los demás para hacernos notar como ví­ctimas? ¡Ojo pelao con eso! Que nos volvemos desagradables, insoportables y después nos quejamos de que no nos visitan.

Ahora tenemos al papa Francisco, anciano activo y pujante, gran pastor y simpático, con unas salidas de humor que dan tí­tulo a este artí­culo. Anunció la canonización del beato Pablo VI para este año, el inicio del proceso de beatificación de Juan Pablo I y habló de que son santos recientes otros obispos de Roma: Juan XXIII y Juan Pablo II. Entonces añadió: “… y Benedicto XVI y yo… en lista de espera”.

Termino con el estribillo de un canción desconocida para mí­, que oí­ en una iglesia y me gustó:

“Quiero cantarle al amor, quiero cantarle  a la esperanza, quiero cantarle a los caminos de la paz…”

Así­ quiero que cantemos todos, jóvenes y viejos.

*Alicia ílamo es decana fundadora de la Facultad de Ciencias de la Comunicación en Información de la Universidad Monteávila

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