Relatos domésticos | La vida en 23K

Francy Figueroa Domí­nguez.-

No se puede empacar toda la vida en una maleta. Foto: photopin (license)

– “Su equipaje permitido es una maleta de 23, un bolso de 10 y un artí­culo personal”.

Bueno ok, tampoco es que iba tan pendiente de llevarme el secador de pelo, la plancha (de cabello) y la plancha de ropa. Abro la puerta del closet. Me acuesto en la cama y miro lo poco que tengo. Sí­, lo poco, porque cuando el salario sólo te alcanza para comer y para tomarte una birra una vez al mes se te olvida la última vez que fuiste a comprarte un pantalón.

Perdón, estimado lector, me he ido por las ramas.

Abro la puerta del closet, me quedo mirando la ropa y los zapatos. Ok, esto va a ocupar más espacio del que tení­a previsto. ¿Cuántas piezas son 23 kilos? Abro la nevera y agarro un kilo de harina y un kilo de azúcar. Balanceo las manos de arriba a abajo. Mi ropa pesa menos, en teorí­a, pero no me podré llevar todos los bolsos y carteras que he acumulado estos años. Mucho menos los libros. Toca elegir entre Murakami y Benedetti, pero ellos están claros que no podrán ir los dos.

Me siento como cuando te toca salir huyendo de un lugar. Hazte con toda la ropa que puedas entre las manos y corre. Como cuando entre la locura de hacer mercado, recorres, desesperado, los anaqueles y te llevas lo que hay, aunque probablemente no lo necesites. Así­ te sientes cuando te dicen que te vas a mudar a otro paí­s y sólo puedes llevar una maleta de 23… kilos.

“Tráete sábanas, que aquí­ son muy caras”. Segunda oración preocupante del texto. Aquí­ también son caras y, además, no tengo ni idea cómo es que la vida cabe en una maleta, en la que además, tengo que llevar sábanas.

“Tráete la maleta vací­a, vas a empezar una nueva vida, mete allí­ toda tu experiencia”. A mí­ me parece hermosa la metáfora pero no me convence. El closet ahora parece aburrirse con mi indecisión. Hasta le veo intenciones de cerrarme la puerta y dejarme mirando al infinito.

– ¿Y qué vas a hacer allá?

– Ojalá tuviera idea.

En principio, podrí­a decir que vivir una vida normal, en un paí­s donde no sea extraordinario tener agua, luz e internet. Y un poco de seguridad personal, si no es mucho pedir, y gracias.

Faltan apenas  8 semanas para embarcarme en una aventura por el sur. Me emociona volver a transitar la Gran Sabana y mirar el Roraima, aunque sea de lejitos. El único temor son los funcionarios de verde, matraqueros entrenados entre Puerto Ordaz y Santa Elena de Uairén para asegurarte de que nunca se te olvide tu paí­s. Aunque tienen perritos de esos cuchis que trabajan como anti – drogas, todo el mundo tiene claro quiénes son los animales.

Después de ir en bus unas 16 horas, tomar dos aviones dentro de Brasil y luego un tercero, me toca pasar una noche en Cataratas del Iguazú, en una posada de mochileros.

Esta frontera entre Brasil y Argentina es súper permeable, turí­stica y además compartida con Paraguay. Genial, 3 paí­ses y 1 hito. Me toca pasar la noche en un hostal de 15 dólares la noche, con piscina, wifi y aire acondicionado. Luego de un trayecto de 4 dí­as estaré nuevamente en la bonita Buenos Aires, por tercera vez en mi vida.

– ¿Y no te da miedo irte sola?

– Más miedo tengo de quedarme en el mismo lugar.

* Francy Figueroa Domí­nguez es la secretaria de la Facultad de Ciencias de la Comunicación e Información de la Universidad Monteávila.

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