Relatos domésticos | Carta abierta a Olga Marí­a

Francy Figueroa Domí­nguez.-

La madre es el impulso de toda familia. Foto: photopin (license)

Ya viene tu dí­a, ¡madre querida! Como siempre tu has sabido bien cómo lidiar con mi ausencia, con la falta de la hija menor, que hace casi 10 años se fuera a la capital en busca de mejores oportunidades profesionales.

Nos diste a todos el mismo impulso, la justicia en la casa y en la calle como estandarte. Nunca nos pusiste lí­mites, más que el que podrí­as ponernos desde el corazón arrugado, desde la añoranza de sabernos lejos.

Ahora pienso en el dolor de tantas madres que han perdido a sus hijos en estas protestas estériles, que siento no nos llevarán a nada porque con las dictaduras no se negocia. Recuerdo que siempre dices que Dios nunca te mandará una tragedia de esta naturaleza porque Él sólo te manda cosas que puedes soportar.

Y no puedo imaginar el dolor debes estar sintiendo tú, pensando en esos hijos que no volverán a casa. Yo no tengo la dicha de tener hijos, pero veo en mis alumnos el brillo de la libertad, y luego me preocupo por el futuro que tendrán. ¿Podrán hacer una familia, comprar una vivienda, seguir estudiando?

Luego de que el hampa “no oficial” del paí­s te dejara sin el sustento de más de 40 años de trabajo, admiré tu optimismo para volver a empezar en 2017. Sin chistar, sin pestañeos ni vacilaciones. Con la sonrisa idéntica. Y yo seguí­a indignada. Me deprimí­ por las dos, me molesté porque atendí­as a los hijos de los pranes del pueblo que iban a tu consulta de salud, sin distingo, a ellos y a sus mujeres.

Tú en verdad no ibas pendiente de enriquecerte y por eso te quedaste en ese pequeño pueblo, ese lugar infernal como le decí­a yo, pero siempre dando lo mejor de ti, de tu servicio y tus horas desinteresadas.

Y estos últimos años, cuando ya no podí­as trabajar largas guardias en un hospital, le diste rienda al deseo inconmensurable de querer cantar. Cantar para drenar, para soltar, para sentirse acompañado, para llorar o reí­r. Por algo crecí­ con Steve Wonder y Cheo Feliciano. Por ti oigo música a toda hora y me he aprendido infinitas canciones de un sinnúmero de géneros, tanto así­ que hay una canción para cada momento de mi vida.

Aunque no estaré cerca en este Dí­a de las Madres, igual como he faltado a algunos cumpleaños y Navidades, sé que sientes que estoy contigo en mis dí­as mejores. En mis triunfos y aprendizajes, en cada tonada que canto con la voz que heredé de ti.

En lo que te queda de vida, que espero que sean muchos años, espero que vivamos con un poco más de paz. Que lo ordinario no sea extraordinario, que pueda darte una vida cómoda para que transites “la edad dorada”. Tiene que haber algo mejor que esto, me repito todos los dí­as, y espero que esté un paso adelante, tal como me enseñaste tú.

* Francy Figueroa Domí­nguez es la secretaria de la Facultad de Ciencias de la Comunicación e Información de la Universidad Monteávila.

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