Estado venezolano no ha hecho justicia con ví­ctimas del Caracazo

Félix Alberto Allueva.-

El Caracazo es una herida que aún no cierra en Venezuela. Foto: photopin (license)

Luego de 28 años las heridas del Caracazo siguen abiertas. Aquel 27 de febrero de 1989, tras aplicarse el “paquete” de medidas económicas, se presentó un hecho que ha definido la historia contemporánea del paí­s, protagonizado por: saqueos, protestas y represión.

El “paquetazo” consistió, principalmente, en la eliminación del control de cambio, liberación de las tasas de interés, liberación de los precios (exceptuando algunos artí­culos de primera necesidad), el aumento de la gasolina y otros servicios públicos y la disminución progresiva de aranceles. Todo ello adaptado al plan de ajustes económicos propuesto por el Fondo Monetario Internacional.

De todas las medidas anunciadas por el presidente Carlos Andrés Pérez la que detonó el malestar popular fue el incremento de la gasolina, ya que supuso el aumento en 30% del transporte público.

Los saqueos que habí­an iniciado en Guarenas se propagaron a Caracas. Pérez envió a la Guardia Nacional, la Policí­a Metropolitana y las Fuerzas Armadas a reprimir las manifestaciones. Al dí­a siguiente se anunció la suspensión de las garantí­as constitucionales mediante el decreto de estado de emergencia.

No fue sino hasta el 8 de marzo cuando se normalizó la situación. El saldo oficial de ví­ctimas fue 276, aunque cifras extraoficiales hablan de 3.000 desaparecidos.

El Comité de Familiares de las Ví­ctimas del 27 de febrero (Cofavic) surgió a raí­z de la violación a los derechos humanos perpetrada por las autoridades encargadas del control del orden público. Su objetivo es esclarecer la verdad y lograr justicia.

Tras cinco perí­odos presidenciales el Estado ha sido incapaz de determinar los culpables de dichas violaciones.

Fidel Orlando Romero, de 24 años de edad, salió ese 27 de febrero a hacer una llamada para avisar que no irí­a al trabajo. Pasadas las horas Maritza Romero, su hermana, salió a buscarlo luego de enterarse que habí­a una persona herida en la avenida principal de la zona donde residí­an.

“Cuando llegamos allí­ habí­a patrullas de la Guardia Nacional y la Policí­a Metropolitana tirando tiros a todo lo que se moví­a”, relató Maritza.

Al identificar a Fidel Orlando lo llevaron al hospital en el carro de un amigo dado que las ambulancias no estaban prestando servicio a los heridos. Se sometió a una operación de nueve horas pero murió a las 11 de la mañana del 1° de marzo.

Una vez cubiertos los servicios funerarios y después de cuatro dí­as de espera Maritza, junto con su familia, acudió a la Medicatura Forense de Bello Monte donde, luego de reconocer el cadáver de su hermano, se le comunicó que debí­a retirarlo el dí­a después debido al toque de queda. A la mañana siguiente la morgue estaba vací­a. Los trabajadores alegaron que, por órdenes superiores, habí­an enterrado todos los cadáveres en las fosas comunes de La Peste.

“Son 28 años que cumplimos ahorita y todaví­a no sé dónde está el cadáver de mi hermano”, sentenció.

A las 5:30 de la tarde del martes 28 de febrero José Miguel Lizcano, de 21 años, fue a jugar baloncesto en el sector Villa Zoila, en la Cota 905. A las 9 de la noche Aura Lizcano junto con su madre intentó encontrar a su hermano pero la Guardia Nacional le prohibió bajar motivo del toque de queda.

Una vez desaparecido fue imposible encontrarlo. No fue sino hasta 12 años después cuando se enteró que su hermano habí­a sido enterrado el mismo dí­a que falleció.

En 1989 los militares reprimieron al pueblo. Foto: photopin (license)

Para el 2 de marzo Yris Medina se encontraba lavando la ropa de su hija de tres meses. Viví­a en barrio El Guarataro, avenida San Martí­n. En horas de la tarde presenció cómo su esposo, Wolfgang Quintana, recibió un disparo en pecho mientras cargaba a su hija.

“El disparo le entró por el pecho y le salió por el costado. Colocó a la bebé en el cochecito, pero era un disparo de FAL y no lo resistió”, recordó.

Una vez declarado muerto el cuerpo de Wolfgang fue retenido por militares, quienes notificaron a los allegados que debí­an retirarlo al dí­a siguiente.

Gracias a un hermano que pertenecí­a a la Armada lograron recuperar el cadáver y realizar el velorio correspondiente.

El joven Richard Páez, de 17 años, fue asesinado por la Policí­a Metropolitana. A su madre Hilda los funcionarios policiales le dijeron que su hijo habí­a caí­do de la platabanda. Al hablar con familiares y ver al difunto se percató que Richard habí­a recibido disparos.

Por no encontrar respuesta en la justicia venezolana los familiares de las ví­ctimas tuvieron que recurrir a instancias internacionales. Tras un largo proceso judicial finalmente en el año 2002 la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CorteIDH) dictó sentencia y condenó al Estado por los sucesos del Caracazo.

El fallo exigió la indemnización de las ví­ctimas, recuperar, identificar y entregar los cuerpos a sus familiares, y concluir las investigaciones y sancionar a los culpables.

Hasta ahora las autoridades venezolanas solo han cumplido con el pago de las indemnizaciones pero todaví­a, 28 años después, no se ha hecho justicia.

“¿Qué se ha cumplido de la sentencia? Lo menos importante”, apuntó Medina.

En 2009 el Ministerio Público exhumó los restos situados en La Peste pero no publicó resultados al respecto. Tampoco aceptó las peticiones planteadas por los familiares, quienes pedí­an la presencia de expertos internacionales.

Medina criticó la politización de los sucesos y lamentó que hoy se utilicen como bandera polí­tica. “Vemos que la Fiscalí­a hace un proceso todos los años, pero es por aniversario. Hace un proceso pero nunca se llaga a nada”, añadió.

Medina, Lizcano, Romero y Páez lamentan que la búsqueda de justicia no tenga un fin y que el Estado no haya dado respuestas sobre el tema. Concuerdan en que actualmente trabajar con los poderes públicos es más complicado y aseveran que se siguen violando los derechos humanos.

Hoy estos crí­menes siguen impunes y los asesinos permanecen en libertad. Luego de 28 años las heridas del Caracazo siguen abiertas.

* Félix Alberto Allueva es estudiante de Comunicación Social de la Universidad Monteávila.

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