Señales de ella | Una torre hecha de bombillos

Francisco J. Blanco.-

Sin principios el hombre serí­a como una torre hecha de bombillos. Foto: Francisco J. Blanco

Este año ha comenzado con una frecuencia bastante aguda. El trabajo no ha cesado y la exigencia de todas las partes involucradas se hace sentir. Desde mi ventana se pueden ver los ojos de la Universidad, y desde sus banquitos, su pulso… por eso cada tanto tengo que salir a ver si pesco algunas señales de ellas.

Dan Flevin es un newyorkino que como la gran mayorí­a es hijo de emigrantes. Desde muy chico se interesó por las artes, comenzó a dibujar y a coquetear con la fotografí­a. Se obstinó de estudiar Historia del Arte sin producir nada original, lo que lo llevó a dejar la universidad y conseguir trabajo como ascensorista en el MOMA.

Tras su primera exposición individual en 1961, Flevin se dio cuenta que a sus dibujos les hace falta más vida y que necesitan salir del papel, por lo que empieza a incluir bombillas en el lienzo. La idea va encandeciendo más  en su cabeza y va borrando los dibujos… y va quedando el delgado halo de luz que habla por sí­ solo, donde menos siempre es todo, y todo no es suficiente.

En 1920 el arquitecto ruso Vladimir Tatlin diseñó la maqueta de la Tercera Internacional, una torre más alta que la Torre Eiffel, que constarí­a de hierro y acero girada en el mismo ángulo de la tierra. En 1962 Dan Flevin hizo una serie de 39 obras llamadas Monumentos, inspiradas en los diseños de Tatlin. Cada una era una suerte de representación con bombillos incandescentes de una torre. Sin duda la más caracterí­stica es Monumento 1, que en el 2002 la asociación de los derechos de los artistas la convirtió en postal, que se venderí­an en la tienda de recuerdos del FIRST (Centro de Artes Visuales de Nashville), donde luego de ver una exposición de carros italianos yo entré, la compré y esta semana, esa torre hecha de bombillos estuvo conmigo en mi corcho.

Una cosa que me enamora intensamente de la Filosofí­a es la pregunta por el “Yo”, esa interrogante que con cada generación cobra más cuerpo, esa respuesta sencilla que no te mata, pero si te hace vivir, esa noción tan prescindible para la existencia pero que te llena tanto cuando sabes en realidad quién eres.

La pregunta por el “Yo” es algo que sin lugar a dudas todos nos debemos hacer, sin miedo a la soledad, sin miedo a la reflexión, sin miedo a encontrar eso que estoy buscando, que en definitiva soy yo mismo.

El “Yo” es un agente que con el paso del tiempo se va expandiendo en un radio directamente proporcional al eco de nuestras vidas; nuestras acciones, en la medida que hablen de nosotros, nos mostraran la realidad del “Yo”; nuestros amigos, en la medida en que los cultivemos, nos enfrentaran con las particularidades del “Yo”; nuestro paí­s, en la medida en que nos involucremos, nos plantaran de cara al futuro y a la empatí­a del “Yo”; la vista a la trascendencia y a la dimensión espiritual construirán el engrudo que termina de vertebrar el “Yo”.

Esta necesidad personal se homogeniza en los principios, lo que hace que yo sea “Yo”, porque sin principios el hombre serí­a como una torre hecha de bombillos, como una fluorescencia frágil y  pero lleno de nada.

* Francisco J. Blanco es profesor de la Universidad Monteávila.

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