Fantástico mi planeta | Un imán para corazones grandes

Marcos Pantin.-

DSC_0059
La warao habitan a orillas de los caños del delta del Orinoco. Foto: Cortesí­a Natalia Rodrí­guez

Hernán acaba de regresar a Caracas de vuelta de sus prácticas médicas. Han sido siete horas de viaje por rí­o y diez por carretera desde la misión de San Francisco de Guayo. Extenuado habla con pausa, sopesando las palabras, como quien necesita discernir entre las vivencias y algunas sombrí­as reflexiones que le ocuparon durante estos meses.

La misión de Guayo reúne unos 1500 indí­genas de la etnia warao (gente de las canoas), que habitan en palafitos a las orillas de los caños del delta del Orinoco, en el extremo oriental de Venezuela. Tiene un pequeño hospital, una iglesia, una escuela y poco más.

Desde el hospital de la misión se atiende a una veintena de pequeñas comunidades dispersas en un laberinto de agua y selva. No hablan castellano. En sus palafitos sin paredes los waraos no disponen de más agua potable que la que recogen de las lluvias. Se alimentan de peces, tubérculos y arepa de maí­z.

Los waraos son la etnia más pací­fica de los indí­genas precolombinos. Se dispersaron por el delta huyendo de las tribus guerreras. Los hombres se dedican a la pesca y las mujeres cuidan los niños y hacen piezas de artesaní­a que venden como pueden.

A pesar de la creciente inculturación, la brecha entre los dos mundos se mantiene enorme. Es lo que hostiga al joven médico mientras nos describe la misión de Guayo:

Un pueblo de palafitos en condiciones crí­ticas

No hay médico permanente en el pueblo. Solo los que estamos de prácticas médicas. La continuidad de la asistencia descansa en tres enfermeros, de los cuales dos son religiosas capuchinas misioneras. El hospital general más cercano está a varias horas de navegación. En ocasiones llegamos a atender a más de cien pacientes diarios. Algunos de ellos vení­an remando por más de tres horas desde sus asentamientos dispersos por el delta.

Gradualmente nos hací­amos cargo de la situación. Estas comunidades están en serios problemas de supervivencia. Algunas han desaparecido barridas por dos enfermedades prevalentes: la tuberculosis y el VIH. Casi la mitad de los nuevos nacimientos no llegará a los cinco años de edad. La altí­sima mortalidad infantil se debe a la deshidratación, causada principalmente por afecciones diarreicas. Además, el agua que traen las barcas cisternas del Estado no es del todo saludable.

La situación general de desabastecimiento de los hospitales públicos se agudiza cruelmente en Guayo. El tratamiento contra el TB y el VIH es costoso y escaso. Paulatinamente entendimos que se trataba de una lucha de paciencia: debí­amos mantener encendida la ilusión a pesar de las dificultades y hacer todo lo que pudiéramos.

Los waraos no son muy efusivos en sus muestras de agradecimiento. Al principio nos chocaba al comparar con el resto del paí­s, donde los pacientes agradecidos no dejan de retribuir al médico en alguna forma. Aunque no terminamos de calar la diferencia cultural, nos impulsaba el deseo de servir.

Mantení­amos largas conversaciones con los habitantes del pueblo. Entrábamos en los palafitos para compartir y adentrarnos en su mundo. En Guayo el tiempo fluye intermitente. Habí­a periodos de intensa actividad en el hospital o en las comunidades extremas y horas de mucha calma al caer el dí­a.

Lo atractivo del servicio

Con todo, no te imagines un panorama sombrí­o. Aquellas dificultades estaban entretejidas de esperanza. Resulta paradójico, pero Guayo es un imán para corazones grandes.

En la ribera opuesta vive un matrimonio de franceses. Louis es médico retirado y Ada antropólogo. Tienen doce años en el pueblo. Quieren con locura a los waraos y han hecho un montón de bien. Una vez regentaron una posada para la que disponí­an de una planta de tratamiento de agua que también surtí­a al pueblo. Al decaer el turismo, el gobierno confiscó la planta. Ahora se apañan con una instalación pequeñita.

Nunca faltan los practicantes de Medicina. Una tarde, al regresar de las rondas por algunas comunidades dispersas por los caños, absorto en mis pensamientos casi tropiezo con unos niños que hací­an dibujos sobre las tablas de las pasarelas entre los palafitos. Se trataba de un concurso de dibujos para ganar los regalos de Reyes. Lo habí­a organizado Natalia, estudiante de Medicina que terminada su pasantí­a habí­a regresado de Caracas con un cargamento de ropa, medicinas y juguetes. Natalia hizo sus prácticas médicas en otra comunidad pero solí­a venir a Guayo para echar una mano.

Las terciarias capuchinas de la Sagrada Familia.

La misión de San Francisco de Guayo la funda el padre Basilio de Barral en 1942. Estudioso de la lengua warao, publica un Catecismo y varias obras didácticas en este idioma. Las terciarias capuchinas misioneras llegaron después y han dado permanencia a la misión.

La hermana Isabel López llegó de España muy joven en 1960. Vino con estudios de enfermerí­a y la ha ejercido por décadas en el delta. Ha visto crecer el pueblo y expandirse la evangelización. Hoy el hospital de Guayo lleva su nombre, pero eso le tiene sin cuidado.

DSC_0061
Guayo es un imán para corazones grandes. Foto: Cortesí­a Natalia Rodrí­guez

Me causó gran impresión la hermana Isabel. Mientras anda sin prisas por el pueblo, va esparciendo a su alrededor un aire de optimismo y esperanza. Una tarde volví­a yo desinflado de una ronda por las comunidades. Imágenes y recuerdos grotescos me acosaban como nube de mosquitos que llenan el manglar al atardecer. Isabel me vio venir y se hizo la encontradiza. No recuerdo bien qué me dijo, pero me hizo recuperar el entusiasmo. Todaví­a me sorprende la habilidad con que hací­a aparecer caramelos para dárselos a media docena de niños que le halaban del hábito mientras conversamos.

Natalia pudo registrar algunas confidencias de la hermana Isabel en una improvisada entrevista que aquí­ transcribo:

“Mira, sin el amor a Jesucristo no harí­a nada. Jesús es el centro de mi vida consagrada, de mi vida espiritual y de mi vida comunitaria. Sin Él no harí­a nada.

Él es mi apoyo, por eso estoy aquí­, y fí­jate que estoy feliz, con la edad que tengo. Es una cosa extraordinaria. Escúcheme, doctora, si yo volviera a nacer, serí­a terciaria capuchina de la Sagrada Familia y misionera. Ciento por ciento misionera, y con una sonrisa, porque yo he sido muy alegre siempre y no he perdido la sonrisa. Algo sí­, porque uno es más viejo, pero la sonrisa no se pierde”.

“La motivación inicial para venir aquí­ fue la evangelización, para hacer gente cristiana, porque en Guayo no habí­a nada. Las motivaciones actuales siguen siendo iguales, o mayores todaví­a. Tengo mucha ilusión, mucha preocupación por la gente, por lo que estamos viendo en Guayo, la enfermedad, la pobreza, los niños que se mueren”.

“Hay quienes nos critican a los misioneros por ser muy paternalistas. Pero yo no puedo evitarlo. ¿Que venga un niño a mi casa y no le de un caramelo? Los niños y los ancianos son mi predilección. Y los chiquitines me miran y algo ven: el cariño. Yo sí­ quisiera tener muchas cosas para darle a los niños, aunque me digan que soy paternalista o maternalista”.

¿Hermana, cuáles han sido sus miedos o momentos más difí­ciles?

“Yo no he tenido muchos momentos difí­ciles, yo he sido muy feliz y siempre me siento feliz.

¿Momentos difí­ciles? Pues ver esa pobreza tan grande, ver que se muere la gente.

El rí­o me impresiona muchí­simo. Ver el agua, te metes en una barca y no sabes…

Yo he pasado muchos peligros en el rí­o. Pero momentos difí­ciles, muy pocos. Yo he tenido mucha alegrí­a, muy contenta, muy entregada”.

“No me he sentido cansada. La gente dice que Isabel es como un jilguero. Pero yo tengo setenta y siete años y a veces va faltando la fuerza. Se nota en el trabajo, pero desde luego, muy bien. No me siento mayor. Me siento igual. Te lo decí­a: después de 56 años, parece que fue ayer y que no he hecho nada. No he salido del delta”.

* Marcos Pantin es el capellán de la UMA.

Un comentario sobre “Fantástico mi planeta | Un imán para corazones grandes

  1. Muy emotivo y humano artículo. Interesante visión de un mundo que creía conocer pero que veo y puedo decir ahora que desconozco y me atemoriza.
    Los waraos un grupo de seres humanos que como nosotros sufren y padecen pero que siento que por su lejanía, su lengua y hasta sus rasgos, son extraños y están muy lejos.
    Afortunadamente, otros seres humanos, más cercanos a nosotros en cultura, pero también más llenos de amor, me recuerdan a través de este artículo, el bien que puedes hacer a tu prójimo, con el ejemplo dulce del quehacer diario, si sólo tuvieses el valor de …déjalo todo ven y sígueme.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Pluma